Locuras del salario mínimo

Paseaba Pauper Oikos por la calle Desengaño cuando Mary Granillo, la siniestra psiquiatra neoyorkina, se lanzó sobre él, lo arrastró a su consulta, y, tras atarlo al diván del progreso, le espetó:

—Una de las causas pendientes de la historia es explicar la economía en términos psiquiátricos. Solo desde la psiquiatría pueden entenderse animadversiones tan feroces como las que suscitan los impuestos o la subida del salario mínimo en algunos partidos políticos y en concentraciones de pensamiento económico liberal, hoy capturado por el neoliberalismo, de acampada permanente contra los salarios y el gasto social.

—Empecemos por lo más inquietante —tartamudeó el reportero, estremecido—. Y es eso de que si uno opina en contra de lo establecido, es que está loco. Remite a lo más funesto del socialismo real. Lo demás tampoco es tranquilizador, como si rechazar los impuestos no estuviera enraizado en la lucha de los pueblos por su libertad. Otro truco es sostener que el neoliberalismo no es liberalismo, cuando si no lo es no tiene sentido alguno, porque vale para cualquier cosa que no os guste a los progres. En cuanto a que los liberales estamos en contra de los salarios, es un puro invento: siempre hemos apoyado los salarios elevados, desde Adam Smith. Por fin, decir amén al gasto social, independientemente de su importe, es abdicar de cualquier defensa de los derechos de la gente.

Mary Granillo apretó más las ataduras del pobre Pauper, valga la redundancia, y replicó:

—No me vengas con historias, y contesta a lo que te he dicho: desde que el Gobierno anunció un acuerdo para subir el salario mínimo a 900 euros en el Presupuesto de 2019 se han disparado los análisis exquisitos de costes para concluir con la misma premisa de partida: la subida del salario mínimo encarecerá el factor trabajo, causará un gran daño a las empresas pequeñas y medianas y desincentivará la creación de empleo.

—Y usted piensa que encarecer el factor trabajo no tiene ninguna relación con su demanda.

—Eso es vudú —resumió la psiquiatra estalinista.

—¿Cómo va a ser vudú cuando lo prueban la teoría y la práctica?

—Sin entrar en más consideraciones sobre esta tesis, después se complica al mezclarse con el paradigma neoliberal: los parados lo son porque quieren serlo.

—¿Quién ha dicho semejante disparate? —preguntó el reportero de Actualidad Económica—. El paro es involuntario y es producido por la intervención de las autoridades, por ejemplo, encareciendo artificialmente el factor trabajo con medidas como los impuestos, las cotizaciones sociales, y, precisamente, el salario mínimo.

Pauper Oikos atinó finalmente con la vía de escape. Era necesario pulsar la tecla básica del socialismo, a saber, subrayar siempre sus objetivos, y nunca sus resultados. Preguntó por la Carta Social Europea, y Mary Granillo entró en éxtasis:

—¡Qué bonito! En efecto, el salario mínimo tiene que procurar algo más que la subsistencia; debe perseguir una vida decorosa. ¿No te parece razonable?

Pero Pauper Oikos, librándose de las ataduras del pensamiento único, ya se había fugado al mundo real.