Moción de tonsura

Muchas cosas había visto Pauper Oikos en su vida, pero ninguna como la que contempló una tarde distraída, y por lo tanto socialdemócrata. Ya se sabe que los socialdemócratas distraen primero y cobran impuestos a continuación.

Frente al Palacio de la Moncloa, Barbie se aprestaba a raparle la cabeza a Warren Sánchez, cuando llegó el reportero de Actualidad Económica.

—¡Un periodista, estás despedido! —gritó el líder socialista.

—Me temo que no puedes —aclaró Barbie—. Este no trabaja en El País.

Frustrado, Sánchez intentó algo de propaganda:

—Hemos presentado la moción de tonsura para recuperar la dignidad de nuestra democracia, visto que una sentencia demoledora ha provocado una lógica indignación y alarma social. Ha sido una respuesta serena, firme, de Estado y constitucional. La sentencia ha confirmado, con las correspondientes penas a los declarados culpables, la trama de corrupción del PP. Y añadió que las palabras de Barbie no supusieron para el juez credibilidad suficiente; es decir, queda la sospecha de que no dijo la verdad, lo cual puede ser a su vez objeto de delito. Tal indignidad ha supuesto tan gran deterioro institucional para el Estado que resultaba de una urgencia de la máxima importancia proceder a una moción de tonsura por razón de dignidad democrática. El PP es un partido que durante décadas ha concurrido a las elecciones dopado, financiado irregularmente.

Se hizo un silencio, tras el cual se troncharon de risa los tres. Pauper Oikos resumió:

—Fue un estupendo camelo, con todo el mundo pendiente de cómo iban a cambiar las cosas, ahora con la izquierda nuevamente en el poder.

—Un momento, no salió bien lo del ministro mínimo —objetó Barbie.

—Te equivocas —corrigió Warren—. Salió perfectamente, teníamos que hacer algo así para que la gente no se diera cuenta de que todo estaba atado y bien atado desde hace mucho. ¿O tú te cree que se puede convencer a un astronauta de la noche a la mañana?

—Rindamos un homenaje a Philippe Filèse —pidió Barbie—. Jamás habríamos llegado a donde hemos llegado sin la politización del poder judicial.

—¿No pensáis que estuve bien con lo de los inmigrantes? —preguntó Warren, incómodo con el tema.

—Por supuesto —confirmó Pauper Oikos—. Fue genial el pobre Borrell aclarando que iba a ser la última vez. Y me gustó tu gabinete lustroso, pensado para no asustar, y todo el camelo zapateril del diálogo y el buen talante. Lo que no sé cómo podrás hacer es crujir a impuestos a las trabajadoras sin que se den cuenta y te corran a gorrazos.

—Siempre se puede mentir —interrumpió Barbie—. Lo hicimos nosotros con lo del “impuesto a las tecnológicas”.

—Seguiremos con ese camelo —aseguró Sánchez—. Ahora bien, no podéis competir con nosotros y mi frase espectacular: “Convocaremos elecciones cuanto antes, pero antes de eso hay que regenerar la democracia”.

Una vez que los tres se hubieran recuperado del ataque de risa, Barbie completó la tonsura que convertía a Sánchez en un nuevo inquilino de la Moncloa, con certificado de mendacidad. Y se despidió de él diciendo:

—La verdad es que todo te ha salido redondo.

—¿Iván? —preguntó Warren Sánchez, saludando a su propia imagen en el espejo.