Nuevo enemigo: el malvado tecnoliberalismo

Una voz solemne atronó la tarde:

—La redención tecnológica que algunos vieron en Internet puede convertirse en una condena. La tecnología digital ha perdido su capacidad para la transformación política y social y se ha convertido en una fábrica de entretenimiento.

            Pauper Oikos comprendió que era Cornelia Lacancha, la arúspice etrusca, e intentó refutarla diciendo:

—La tecnología no redime, sino que abarata los costes. Desde luego, no tiene por qué transformar la política, salvo que los políticos intervengan, claro. Y cuando intervienen, hay que ver los desastres que ocasionan, y que tú pasas siempre púdicamente por alto.

—Tú no sabes nada —comentó la hechicera, desdeñosa—. Yo no hablo con gente que no tiene nivel académico. Si algo caracteriza el momento actual, al menos desde el punto de vista de la producción intelectual, es la generalización de la literatura crítica con las redes sociales.

—El progreso técnico ha sido vilipendiado por los intelectuales siempre, no solo en el momento actual. La cuestión no es esa sino si tienen razón o no en sus jeremiadas —apuntó el reportero de Actualidad Económica.

            Cornelia Lacancha inspeccionó las entrañas del último contribuyente sacrificado y proclamó:

—Se está imponiendo globalmente una forma extrema de liberalismo, que es el “tecnoliberalismo”, basada en una alianza entre la vanguardia de la investigación tecnocientífica, el capitalismo más aventurero y conquistador, y los gobiernos social-liberales. Se necesita mucho músculo histórico y sociológico para radiografiar la capacidad legitimadora de la tecnología digital, el modo en que se ha convertido en la tabla de salvación de un régimen social agotado que afronta una crisis estructural.

—Lo que se necesita contigo es mucha paciencia —sonrió Pauper Oikos—. Nunca se te ocurre pensar que lo que ha entrado en crisis es el socialismo, que ése sí que es aventurero y conquistador…

—Nada de eso —interrumpió la adivina—. El maná de la economía del conocimiento es una especie de fábula edulcorada que nos contamos para ignorar problemas como el agotamiento de los combustibles fósiles.

—¿Cómo se van a agotar si su precio cae? —preguntó el reportero—. Todavía no te has enterado de que Paul Ehrlich perdió la apuesta contra Julian Simon. La economía del conocimiento no es un maná sino una fuente de riqueza y empleo.

—A fin de cuentas, tal vez la cuestión no sea tanto entender cómo las redes sociales están cambiando el mundo, o incluso si lo están haciendo realmente, sino, al contrario, pensar cómo ha cambiado el mundo para que atribuyamos tanta importancia a las redes sociales.

            Pauper Oikos no pudo dejar de aprovechar esa preciosa oportunidad:

—Igual tiene que ver con que el comunismo ha caído en desgracia. Pero habrás observado que, precisamente, cuanto más despótico y criminal es el socialismo, más persigue la internet y las redes sociales.

            Cornelia Lacancha optó con seguir hurgando las entrañas del contribuyente, mientras canturreaba We’ll Meet Again, el clásico de Ross Parker y Hughie Charles, en la versión de la gran Vera Lynn.