Pesadilla neoliberal

Este nuevo libro [La pesadilla que no acaba nunca] de los profesores Christian Laval y Pierre Dardot continúa la senda del anterior. Transmite un mensaje de considerable alarma ante un mundo dominado por una pesadilla que se refuerza y perpetúa. Se llama “neoliberalismo”, y es contrario a la democracia, aumenta la pobreza, y pretende disminuir el gasto público. Como es fácilmente verificable, hay más democracia que nunca, el número de pobres ha disminuido en cientos de millones durante las últimas décadas, y el gasto público se mantiene históricamente elevado.

La izquierda extrema también comparte algunos diagnósticos de estos destacados intelectuales, como: “nunca el dinero ha sometido tanto la política de los gobernantes a su ley”. Lo que indican los datos es que nunca los gobernantes han arrebatado tanto dinero a sus súbditos como en nuestro tiempo.

Todas las crisis son utilizadas por el Estado para reforzarse a expensas de los recursos de sus súbditos. Pero según Laval y Dardot se ha aprovechado la crisis para “reforzar el poder del capital”. Parece que estamos dominados por las multinacionales, como si a usted le quitara el dinero a la fuerza Amancio Ortega, y no la Agencia Tributaria.

Afirman que “las políticas neoliberales son sistemáticamente favorables al capital”, lo que es dudoso, y lamentan que la izquierda socialdemócrata haya adoptado ideas perversas como “el fetichismo de la moneda estable” –podrían preguntar en Venezuela.

Mientras insisten en que lo que hay es “gobierno para los ricos”, no analizan la realidad, en especial el Estado, cómo es de grande y poderoso ese ente que pretenden que ha sido prácticamente jibarizado por el capital financiero.

Avanza el volumen, y también las contradicciones de los autores. Se declaran enemigos de los Estados “neoliberales”, pero apuntan: “Los Estados de la Unión Europea tuvieron que movilizar 4,5 billones de euros, es decir, el 37 % del PIB, para evitar el hundimiento del sistema bancario”.  Es decir, les han creído a esos mismos Estados cuando justifican sus usurpaciones de los bienes de sus súbditos. En un párrafo en la página 26 acusan a los malvados neoliberales de responsabilizar al Estado de la crisis, y a la vez afirman que el Estado precipitó dicha crisis.

Señalemos algunos otros juicios aventurados: no hay democracia hoy porque el pueblo no puede elegir democráticamente cuánto habrá de expandirse la oferta monetaria; la democracia es “el gobierno ejercido por la masa de los pobres” y el “ejercicio directo del poder legislativo por el pueblo” (y critican a Hayek por no ser demócrata). Dos errores económicos apreciables son analizar la deuda sólo desde el punto de vista de los acreedores, como si fuera una imposición oligárquica, y no una decisión interesada de los Estados (recordemos que su admirado Varufakis llegó a identificar a la troika en Grecia con la represión comunista en Praga; hay que ser catedrático para soltar según qué burradas). Y el ejemplo de la falacia de la suma cero es la incapacidad de comprender que las personas crean riqueza, porque estamos en un “planeta finito, totalmente conocido y ocupado”.

Nos advierten del fascismo, pero no de sus coincidencias con Podemos, partido que les suscita simpatías. Invitan abiertamente a la lucha social: debemos “recuperar la iniciativa en la guerra de clases, con el fin de derrotar a la oligarquía e imponer la democracia”. Y creen que la violencia terrorista es fruto de la globalización. “Los fundamentalismos religioso y mercantil constituyen dos versiones complementarias de la reacción moderna”. En serio.