Chesterton y Tocqueville sobre los tiranos

Chesterton rechaza en El hombre que fue jueves la idea de que la falta de educación pone en peligro la civilización. Cree que es al revés: “el criminal peligroso es el criminal culto; el más peligroso es el filósofo moderno que ha roto con todas las leyes…Los ladrones creen en la propiedad, y si procuran apropiársela sólo es por el excesivo amor que les inspira. Pero, al filósofo, la idea misma de la propiedad le disgusta, y quisiera destruir hasta la noción de posesión personal…el filósofo odia la vida, ya en sí mismo o en sus semejantes”.

Y la clave de este peligro es el pesimismo: “luchamos contra una inmensa conspiración…toda una iglesia rica, poderosa, fanática. Una iglesia del pesimismo oriental, que está empeñada en aniquilar a los hombres como si fueran una plaga”.

Nótese la importancia del pesimismo para la socavación de la libertad. Ese pesimismo carga de razón al intervencionismo, que depende crucialmente de que nos creamos de que toda la culpa es nuestra, es decir, de las personas libres, con lo cual resulta imprescindible que el poder político y legislativo recorte nuestra libertad. Por nuestro bien, evidentemente, puesto que no se nos puede dejar solos, porque en ese caso explotamos, engañamos, contaminamos, empobrecemos, y hasta matamos. Así lo dijo con paradigmático buenismo el presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara: “a las mujeres las matamos los hombres”. Así, como suena, como si víctimas y victimarios fueran genéricos.

Tocqueville apunta en una dirección similar cuando habla sobre los tiranos en El Antiguo Régimen y la Revolución. Dice: “incluso los déspotas estiman la libertad: tanto la estiman que la quieren para ellos solos”.

Los riesgos del despotismo se potencian cuando ese apego de los poderosos hacia su propia libertad, en menoscabo de la libertad y los derechos de sus súbditos, se combina precisamente con la idea de que las personas libres son una plaga. Subraya Tocqueville: “el aprecio del hombre hacia el despotismo es proporcional al desprecio que siente hacia los demás seres humanos”.

Una y otra vez hemos visto esta actitud en supuestos próceres de los pueblos y héroes de las naciones, capaces de emocionarse ante los males de la humanidad, pero incapaces de hacer nada en bien de los ciudadanos concretos, e incluso en ocasiones en bien de sus propios familiares más cercanos.

Por lo tanto, cuando nos sonrían desde estrados y cátedras, y nos adviertan de que somos un peligro si somos libres, y que resulta conveniente cercenar nuestras libertades por nuestro bien, usted permítase desconfiar, como desconfiaría de cualquier viejo tirano más desembozado que nuestros amables poderosos de hogaño. Son desde luego amables, sin duda, cuando sugieren que, como les hemos votado, les hemos autorizado a hacer lo que quieran con nosotros. Mienten, claro.