El Papa Francisco y el mercado

La Exhortación apostólica Evangelii gaudium ha llenado de alegría también a los enemigos de la Iglesia: por fin el Vaticano está en contra del mercado, dijeron. Pero afirmar que nunca antes la Iglesia despotricó contra el mercado es desconocer su doctrina, marcada siempre, incluso en los pontífices más “liberales”, por el intento de cohonestar libertad y coacción (cf. “Tensión económica en la Centesimus Annus” aquí: http://goo.gl/UJCyQ).

Ningún Papa ha sido émulo de Hayek, pero ninguno ha defendido el socialismo, y menos el que mejor lo conocía: Juan Pablo II –por eso lo odian quienes más odian la libertad. La Iglesia también está empapada con las ideas antiliberales que predominan en todas partes (la Iglesia española, supuestamente “de derechas”, ha emitido documentos económicos con tópicos antiliberales que aprecia la izquierda). En los últimos años todos hemos sido bombardeados con mensajes contrarios al mercado, y la Iglesia no podía permanecer al margen (http://goo.gl/QiGlAt).

El texto papal, por ejemplo, habla de que hemos estado en manos del mercado “absoluto” y “sacralizado” (aps. 54, 56, 57, 202, 205). Repite así lo que dicen todos, a pesar de que nunca los Estados han sido más grandes, y el mercado menos absoluto. Si todo el mundo insiste en que hay que pagar impuestos, y nadie en que los impuestos ya son los más elevados de la historia, no vamos a reclamárselo al Papa como lo haríamos ante el Instituto Acton o el Centro Diego de Covarrubias, por mencionar sólo dos instituciones católicas y liberales. El Papa, como era de esperar, lamenta la evasión fiscal, el consumismo, la especulación, la desigualdad y la contaminación.

Critica la teoría del “derrame” en el apartado 54, o la idea de que la mejor situación de los ricos (en especial si pagan menos impuestos) acaba beneficiando a los pobres. Abordamos esa teoría del “goteo” o trickle down aquí el año pasado (http://goo.gl/e50vD1 y http://goo.gl/Y8rltE) y vimos que ningún economista la ha defendido: la riqueza de los ricos no acaba beneficiando a los demás sino que empieza haciéndolo, por sus gastos e inversiones. Y lo que nunca beneficia a los pobres es que el Estado usurpe los bienes de todos en su nombre. El Papa repite que el hambre se debe al reparto deficiente de alimentos (ap. 191), como si en Corea del Norte el problema estribara en la distribución y no en el comunismo.

.           Es muy acertada su crítica a la corrupción y su deseo de una política que busque “el bien común” (ap. 205): viniendo de la Argentina, sabe de lo que habla. Y a los liberales que lamenten su intervencionismo les gustará su crítica al colectivismo (ap. 239), su defensa del papel subsidiario del Estado (ap. 239), y hasta un cierto eco de Bastiat en su recomendación de distinguir apariencia y realidad (ap. 232).