Hacienda y todos

Hace un tiempo la abogada del Estado, Dolores Ripoll, defendiendo en el caso Noos a la Infanta Cristina, fue muy criticada por decir: “El lema Hacienda somos todos es sólo publicidad”.

La acusaron hasta de torpedear “la base ideológica de la cultura tributaria en España”. Y es cierto que es su base ideológica, en el sentido marxista más propagandístico de la expresión, al ser algo que el poder requiere que sus súbditos crean para someterlos mejor. A medida que se incrementa la presión fiscal, arrecian los esfuerzos para intoxicar a los ciudadanos y desactivar su resistencia.

De ahí la importancia de que creamos que Hacienda somos todos. Si no lo somos, entonces no todos somos beneficiados por los que pagan ni perjudicados por los que no lo hacen. Si Hacienda no somos todos: ¿por qué pagar? Cuanto mayor sea el cumplimiento, más logrará el poder escamotear su característica coactiva fundamental, y mejor podrá engañar a la opinión pública identificándose con otras instituciones de la sociedad civil. Digamos, con una comunidad de vecinos, en la que es patente la obligación de pagar, por un lado, y el daño concreto que el vecino moroso perpetra contra el grupo.

El problema de esto consiste en que el Estado no es una comunidad de vecinos y Hacienda no somos todos. Se ha estimado que la economía sumergida en nuestro país supera el 20 % del PIB, pero también supera el 10 % en los ejemplares socialdemócratas países nórdicos. Esos porcentajes cuestionan la habitual equiparación entre el fraude fiscal y los delitos más graves contra la libertad de las personas. Simplemente, ningún país podría subsistir si un 20 % o incluso un 10 % de sus habitantes fueran violadores o asesinos. Tampoco el fraude fiscal es idéntico a un robo, porque no tiene víctimas definidas, salvo el Estado, que no es una persona ni un grupo de personas determinado, y que nunca puede ser identificado plenamente con la sociedad. Decir: “este defraudador impide la construcción de este hospital” es evidentemente un error o equivale a fantasear con la lógica de la Hacienda Pública. Se dirá que el Estado satisface necesidades colectivas, y es verdad, pero resulta que entre las necesidades más importantes de los ciudadanos figura la necesidad de preservar sus ingresos y sus bienes.

De ahí la importancia de la propaganda sobre la “bajísima” presión fiscal que al parecer disfrutamos los españoles, y que, naturalmente, justifica que los impuestos suban. Como la presión media europea, o de la OCDE, es, digamos, del 45 % del PIB, entonces el 37 % de España es “poquísimo”. La falacia estriba en que los mayores impuestos de Francia no constituyen ninguna justificación para que suban aquí, en vez de, sin ir más lejos, que bajen allí.

La cruda realidad es que Hacienda somos todos los que no podemos evitarlo.