Haidt, entre derechas e izquierdas

El psicólogo Jonathan Haidt, de la Stern School of Business, junto a otros colegas, acometió un estudio de las opiniones de 2.000 personas para ver cómo los socialistas y los conservadores se entendían mutuamente. Lo cuenta en The Righteous Mind. Why Good People are Divided by Politics and Religion, Londres: Penguin.

Las personas analizadas dedicaron un tercio del tiempo de la encuesta a responder a preguntas morales y políticas según sus propias ideas y valores. En un segundo tercio se les planteaban las mismas preguntas, pero se les pedía que contestaran como si fueran un conservador típico, y otro tercio del tiempo lo dedicaban a responder a las mismas preguntas como si fueran un socialista típico. “Los resultados fueron claros y consistentes. Los moderados y conservadores fueron los más precisos en sus predicciones, sea que pretendieran ser socialistas o conservadores. Los socialistas fueron los menos precisos, especialmente los que se consideraban ‘muy socialistas’. Los mayores errores en todo el estudio se produjeron cuando los socialistas respondían a preguntas sobre atención y equidad pretendiendo ser conservadores. Ante preguntas tales como ‘una de las peores cosas que puede hacer una persona es dañar a un animal indefenso’ o ‘la justicia es el requisito más importante para una sociedad’, los socialistas supusieron que los conservadores no estarían de acuerdo.”

Parece, por tanto, que los socialistas tienen más prejuicios y por tanto más dificultades para comprender a los conservadores que al revés. Según Haidt, es porque no comprenden con facilidad que los fundamentos de la otra parte pueden tener que ver con la moral, o lo que llama “capital moral”, es decir “los recursos que sostienen una comunidad moral”.

Esto es importante para el desarrollo de las ideas, porque la gente no cambia de opinión simplemente porque vea refutados sus argumentos. Hay gente que sigue siendo nazi, o comunista, por ejemplo. Si les señalas los errores de sus teorías y las criminales consecuencias de llevarlas a la práctica, se blindarán alegando que eso que sucedió no fue realmente comunismo, o que los nazis se excedieron en su política, pero no en sus ideas.

Si no aceptan cuestionar su propia moral, será fácil que la vuelvan como un arma contra sus adversarios, que tienen posiciones interesadas; dirán que usted afirma lo que afirma porque es judío, o capitalista, o, lo peor de todo, “neoliberal”. Pero ellos no pueden estar equivocados porque están en el bando éticamente superior, porque son amigos de los pobres, las mujeres o el medio ambiente, aunque no hagan nada en su favor, y mucho en su contra.

Quede para un próximo artículo el explorar qué posibilidad hay de cuestionar teorías y valores si sus partidarios se resisten a someterlas a escrutinio alguno, y si padecen el llamado sesgo de confirmación, o la tendencia a buscar evidencias que confirmen lo que pensamos, no que lo refuten.