Los que pagan impuestos

Los que pagan impuestos son los que no pueden evitar pagarlos.

Frente a esto cabe incurrir en falacias buenistas. Así, alguna persona puede alegar que paga impuestos porque piensa más en la colectividad que en su individualidad, porque cree en la igualdad de los ciudadanos, porque quiere que haya servicios públicos, o porque piensa que en algún momento puede necesitar una ayuda ante un contratiempo. Son gentes que presumen de tener conciencia social, frente a los malvados liberales.

Pero la característica de los impuestos no es que sufraguen cosas útiles y apreciadas por la comunidad, porque esto lo hace y ha hecho siempre la sociedad civil, que también ha ayudado desde siempre a los desfavorecidos. Los servicios públicos fueron originalmente privados, y podrían volver a serlo, porque se financian con un dinero que existe en los bolsillos de los ciudadanos. Los impuestos no son indispensables para protegernos ante las adversidades, porque para eso se inventaron hace siglos los seguros.

Los impuestos tienen dos características exclusivas: por un lado, nos obligan a pagarlos, tanto nos obligan que podemos ir a la cárcel si no lo hacemos; y, por otro lado, con ese dinero nuestro se financia una cesta de bienes y servicios que no elegimos cada uno personalmente, sino que alguien elige por nosotros. Estas dos son las diferencias entre el Estado y el mercado. Los impuestos no garantizan ninguna igualdad, porque la coacción no lo hace, y los Estados siempre discriminan. La igualdad la encontramos en el mercado, porque el dueño no puede obligarnos a comprar lo que no deseamos.

Con lo cual, apreciar los impuestos no significa ser bueno, justo y solidario, no es tener conciencia, sino que es simplemente apreciar la coacción del poder sobre el conjunto de la población. Por supuesto, aducir que los impuestos están bien porque los vota democráticamente un Parlamento no sólo es ignorar los problemas de la elección colectiva reconocidos desde hace mucho tiempo sino, aún peor, es difuminar los límites del poder, es decir, extinguir la libertad.

Por otro lado, los que no pagan impuestos son los que pueden hacerlo. Millones de personas evaden impuestos, en España y en todos los demás países. Es imposible razonar como si fueran ladrones, violadores o asesinos: ninguna sociedad podría mantenerse con millones de ladrones. En consecuencia, es absurdo sostener que los evasores son delincuentes como los demás, y es de una lógica audaz afirmar que la evasión no tiene que ver con la presión fiscal sino solo con la perversión humana.

Finalmente, un truco pueril es proclamar que los problemas se resolverían “si todos pagaran lo que deben”. La trampa estriba en que primero suben los impuestos, fomentando el fraude, y después persiguen a la población, pero, eso sí, sólo para que pague “lo que debe”, como si eso que debe nunca pudiera ser excesivo, usurpador y confiscatorio.