Nobles, políticos, burócratas

El liberalismo decimonónico arrebató la administración del Estado a los nobles y la entregó a los políticos y los funcionarios. Durante años, creí que había sido una buena idea. Después de todo, era plausible que la política estuviese en manos de personas elegidas por el pueblo, y la burocracia fuese administrada por personas que accedían a su posición mediante un concurso público de méritos objetivos. Ahora, gracias a las reflexiones de un buen amigo, comprendo que estaba equivocado.

El argumento que mantuve me suscitaba una inquietud, porque precisamente a partir de la instauración del Estado “liberal” el peso de la política y la legislación creció sin cesar durante el siglo XIX, y explotó a lo largo del siglo XX. Despachaba el asunto pensando que era una pena que el Estado se hubiese convertido en gigantesco. Me equivoqué, porque no solo fue una pena, sino que fue el resultado inevitable de ese mismo Estado liberal que había reemplazado a la nobleza por los políticos y los funcionarios.

Había subrayado antes una fisura en el liberalismo, que fue su fragmentación a la hora de legitimar la propiedad, excluyendo la tierra (cf. «Álvaro Flórez Estrada. Compromised Liberalism in Nineteenth-Century Spain», The Independent Review, verano 2008; aquí: https://ucm.academia.edu/CarlosRodríguezBraun). Pero no fui capaz de percibir que ese proceso liberticida desencadenado por el propio Estado liberal guardaba una estrecha relación con el apartamiento de la nobleza.

Se me escapó un dato que tenía delante de mis narices: el Estado manejado por la aristocracia era un Estado pequeño que no tenía incentivos para crecer. Por ello, el Estado debió quitarse a los nobles de encima para poder hacerlo, es decir, la misma estrategia que lo llevó a enfrentarse con la Iglesia y a deslegitimar la propiedad privada de la tierra.

Los nobles tenían un doble freno para el crecimiento del Estado. Por un lado, creían que su función era el ejercicio del poder, no la ocupación de este y menos aún el impulsar su crecimiento mediante el quebrantamiento de los derechos de sus súbditos. Por otro lado, los nobles no cobraban del Estado, sino que le entregaban sus bienes a cambio del privilegio de administrarlo. Nótese el contraste entre esa época y la nuestra, donde tantos “servidores públicos” se sirven de lo público y hacen carrera en la política.

Otro punto que también ilustra el problema es la educación de los gestores públicos. Mientras que en el Estado moderno la política se convierte en una cuestión técnica, propia de ingenieros, abogados o economistas, en la educación de los nobles lo que importaba eran los principios y la cultura. Y esto siguió rigiendo en la instrucción de las elites decimonónicas: de ahí que a los alumnos de Eton se les enseñaran con tanto ahínco lengua, filosofía y literatura clásicas.