Soberbia progresista

La primera parte del libro se cierra con un ensayo sobre el escritor británico J.G.Ballard, autor de textos que han sido llevados al cine, como El imperio del sol y Crash. Dalrymple analiza la pérdida de anclajes y responsabilidades en una época de “extensión de derechos”, como diría Smiley, y de puerilización y relativista desdén hacia lo que hemos heredado, mezclado con la apoteosis de la protesta y la urgencia de cambiar el mundo, entendida como quebrantar la libertad ajena y nunca mejorar cada uno de nosotros.

La segunda parte de la obra, titulada “Política y cultura”, empieza apoyándose en Hayek para subrayar el pensamiento único intervencionista: todo se puede hacer si el Estado arrasa con la liberad y la propiedad. Amparada en una soberbia irresponsable (nada de lo que nos pasa es nuestra culpa, y todo lo ha de arreglar el Estado) llega la colectivización servil, como advirtió también Belloc. Aumenta el gasto policial y educativo pero no mejora ni la seguridad ni la educación: hay relativamente más policías en despachos que persiguiendo malhechores y menos profesores que burócratas. Se extiende el oneroso e intrusivo intervencionismo democrático. Las autoridades, claro está, combaten apaarentemente más los comentarios homófobos que a los delincuentes, y son más eficaces acosando a los fumadores que a los criminales.

Tras brillantes capítulos que demuelen a Tony Blair, inspeccionan a Burgess y la trivialización de la violencia, y  critican las estupideces políticamente correctas sobre el multiculturalismo y la antipsiquiatría, el volumen acaba demostrando cómo la educación permisiva perjudica a las personas, y muy especialmente a los humildes, los débiles y todos aquellos desdichados a los que el progresismo presume de proteger.