Comer en el cine

En las películas también se come. Algunos entusiastas dejan de comer para ir al cine, como contó Guillermo Cabrera Infante: de niño, su madre llegó a plantear a la familia la alternativa de Cine o sardina, como tituló el escritor cubano su libro en Alfaguara. Lo recordé cuando (gracias, como siempre, a Begoña Gómez de la Fuente, amiga y compañera de “Herrera en la Onda” en Onda Cero) pude leer Comer de cine, del productor audiovisual y crítico gastronómico Pepe Barrena, publicado en Las Arenas por la Editorial En Boga.

Filetes, paellas, pollos, etc. 

Revisa el filete de Lubitsch en Ángel, la paella de García Berlanga en Todos a la cárcel, el ajo de Martin Scorsese en Uno de los nuestros, la tortilla de Airbag, el pescado de Monsiour Hulot en Play Time de Jacques Tati, y Julia Roberts y el timbal de pichón en La boda de mi mejor amigo de P.J.Hogan. Destacan restaurantes célebres como el parisino Maxim’s en Gigi de Vicente Minnelli (aunque el autor abomine del remilgado Maurice Chevalier). Divierte el alegato contra la “nouvelle cuisine” de Alfred Hitchcock en Frenesí. Y desfilan, claro, El festín de Babette, La Grande Bouffe, Comer, beber, amar, Como agua para chocolate, Jamón, Jamón. E inevitablemente, por supuesto, el más célebre caníbal del séptimo arte: Hannibal Lecter. Una vez más queda refutado que sobre gustos no haya nada escrito. No quiero ser menos. Mis favoritos son el chuletón de El hombre que mató a Liberty Valance y el pollo en Tom Jones.

 

(Artículo publicado en La Razón.)