Dalrymple y el sentimentalismo tóxico

Acaba de aparecer en Alianza Editorial Sentimentalismo tóxico. Cómo el culto a la emoción pública está corroyendo nuestra sociedad, de Theodore Dalrymple, pseudónimo del médico y escritor británico Anthony Daniels. Hasta ahora, sólo podíamos leer en nuestra lengua algunos de sus artículos, que publica la revista Actualidad Económica.

Dalrymple es un excelente analista que huye de la corrección política. Lo prueba este volumen, que critica un fundamento de la sociedad moderna: el romanticismo, que está asociado al intervencionismo de todos los partidos.

Ha visto sus resultados: “el gasto per cápita en educación en Gran Bretaña es cuatro veces mayor que en 1950, pero es más que dudoso que el nivel general de alfabetización de la población haya aumentado…cuando el periodista responsable de los temas de la enseñanza de Le Figaro escribió un artículo llamando la atención sobre la degradación del nivel educativo, recibió seiscientas cartas de profesores, un tercio de las cuales estaban escritas con faltas de ortografía”.

La sensiblería ataca las bases de la sociedad libre, empezando por la familia, de modo gradual: “De hecho, mediante procedimientos que los comunistas húngaros llamaban la táctica del salami, el matrimonio en Gran Bretaña ha sido, salvo para unos pocos que todavía conservan sus convicciones profundamente religiosas, prácticamente vaciado de contenido moral, social, práctico y contractual. No es de extrañar que el Estado haya aprovechado el vacío creado. Más de la mitad de la población británica recibe ahora algún tipo de subvención”.

El lado ridículo del sentimentalismo es indudable; recordemos Love Story: “amar es no tener que pedir perdón”. Pero también es algo siniestro que convierte la virtud en un vicio. El capítulo 4, “la exigencia de emociones públicas”, aborda caso de la niña Madeleine McCann, desaparecida en Portugal en 2007, y cómo el autocontrol de los padres fue esgrimido como prueba de que habían matado a su propia hija: “la desaparición de la frontera entre el ámbito de lo privado y lo público es uno de los objetivos que persigue el sentimentalismo…la regla más básica de la vida moderna es que uno no debe malgastar sus lágrimas en privado, sino derramarlas cuando pueden ser vistas por alguien”.

El capítulo 6, “¡Hagamos que la pobreza pase a la historia!”, ilustra la vergüenza de tantos políticos fotografiados con dirigentes africanos, normalmente los principales responsables de la pobreza de sus súbditos, celebrando la “ayuda al desarrollo”, e ignorando la importante objeción moral de que es un dinero extraído a la fuerza de los bolsillos de los ciudadanos. También sirve para entender otras manipulaciones políticas de los sentimientos, como hizo el populismo con los desahucios, convirtiendo a Ada Colau primero en la Santa Madre Teresa de los Desahuciados, y después en alcaldesa de Barcelona…sin que hayamos sabido hasta mucho después que cobraba un sueldo del propio municipio para ayudar tan generosamente al pueblo.

Concluye Dalrymple: “El sentimentalismo no es dañino mientras permanece en la esfera de lo personal, pero como motor de una política pública, o de la reacción pública a un acontecimiento o problema social, es tan perjudicial como frecuente”.