Deuda, perdón, propiedad

Los viejos del lugar recordamos el anterior Padre Nuestro y su “perdónanos nuestras deudas”. Es una reveladora equivalencia la de deuda con pecado u ofensa, en el sentido de obligación: el pecado acarrea la obligación moral de reparar el pecado, y la deuda supone de igual manera la obligación de pagarla. Sin embargo, y como suele suceder, la interposición de la política acarrea el riesgo de desembocar, por saltar al otro Testamento, en la confusión de las lenguas.

Deuda privada y pública

Una cosa está clara, sin embargo: si la política monetaria expansiva anterior a la crisis llevó a una hipertrofia de la deuda privada, la política fiscal de los últimos años ha hipertrofiado la deuda pública. Es inútil buscar culpables sólo en un partido político: el ayuntamiento más endeudado, con diferencia, es el de Madrid, las autonomías más endeudadas son la Valenciana, Castilla-La Mancha y Cataluña, mientras que Barbie ha endeudado al Estado central en año y medio más que lo endeudó Smiley en ocho años. Recordemos, asimismo, que España no es Japón, porque allí el Estado se endeuda con sus propios súbditos y en su propia moneda. Los que augurábamos la sustitución de una burbuja de deuda privada por otra de deuda pública vemos concretados nuestros temores. Por supuesto, la recuperación de la economía puede operar como un círculo virtuoso, pero no sabemos si lo suficientemente.

Austeridad y propiedad

Lo que sí sabemos son dos cosas. Primera, que esto prueba que la famosa “austeridad” es un camelo: la explosión de la deuda se debe a que los Estados no redujeron drásticamente el gasto público. Segunda, que ninguna deuda puede crecer de modo indefinido sin consecuencias sobre los acreedores. ¿Y la deuda pública? Pues tampoco. Volvamos a la oración. Cuando yo estudiaba el Padre Nuestro en inglés, se decía “forgive us our trespasses”. La palabra “trespass” o pecado tiene una interesante acepción jurídica: entrar sin autorización en una propiedad ajena. En este caso, sin ir más lejos, la suya de usted.

(Artículo publicado en La Razón.)