Economía con alma

Bush recurrió a la consigna del “conservadurismo compasivo” en la campaña electoral de 2000. El PP le ha secundado con lo de la “economía con alma”.

Estas nociones parten de la base de que el conservadurismo y la economía son incompletos por carecer de buenos sentimientos. Si hay que hablar de conservadurismo compasivo es porque el conservadurismo de por sí carece de compasión. Si hay que hablar de economía con alma es porque la economía de por sí es desalmada.

Pero si el conservadurismo se caracteriza por el aprecio a determinadas tradiciones, valores e instituciones, como la familia o la propiedad, no tiene sentido equiparar ese aprecio con la falta de compasión. Y aún menos sentido tiene pensar que la economía está desprovista de alma, puesto que la economía trata de la acción humana, y quienes poseen alma son, precisamente, los humanos.

Además, dichas nociones son peligrosas, porque conceden ventaja a los enemigos de los conservadores. A ningún izquierdista se le ocurriría hablar de socialismo compasivo, porque lo da por supuesto. Los anticonservadores podrán disfrutar, por ello, de una puerta abierta para censurar a la derecha que reivindica ser compasiva y tener alma recurriendo al viejo refrán: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

En la misma errada dirección está la idea de que el PP es un eficiente gestor pero le falta un “perfil social” para “conectar con la sociedad” porque “la economía a secas no basta”. Este discurso “social”, es decir, socialista, es propio de la izquierda, y es difícil que el PP gane votos reuniéndose con los sindicatos de actores y sosteniendo, como se dijo en el Campus de Faes, que la batalla contra la desigualdad es “una prioridad”. Muchas personas asocian, con razón, esa retórica antiliberal con la izquierda y con las subidas de impuestos, es decir, aquello de lo cual el PP debe huir como de la peste.

La consecuencia de esta estrategia equivocada suele ser la confusión de las lenguas. Así le sucedió a la ministra de Empleo, Fátima Báñez, que habló durante la campaña en Murcia sobre el cooperativismo como ejemplo de “la economía social, la economía con alma”. Debió ser más prudente, porque las cooperativas convierten a los trabajadores en empresarios, es decir, en personas que pueden perder todo el capital que invierten. Esa es una de las razones por las cuales el cooperativismo jamás ha sido la principal opción del pueblo, que prefiere la seguridad de trabajar para los capitalistas a cambio de un salario, salario que brota de un capital, el humano, que rara vez se pierde del todo.

Javier Maroto, vicesecretario del PP, pidió una política “más cercana, humilde y a pie de calle”. Lleva razón, pero es un objetivo que sospecho que no se alcanza con ideas tan difusas y poco liberales como “la economía con alma”.

(Artículo publicado en La Razón.)