Economistas y empresarios

Es habitual que los economistas seamos ridiculizados por nuestra incapacidad de predecir. Se trata, empero, de una crítica equivocada, aunque sea incuestionable que algunos economistas presuman de arúspices. La distribución de la estupidez, como es sabido, describe una curva de Gauss, y no tiene sentido fantasear con que los economistas estamos exentos de sus colas más bochornosas. Lo realmente objetable de la profesión es que no siempre ha valorado a los empresarios. Lo he recordado en estas últimas horas, desde que supe de la muerte de un gran empresario: José Manuel Lara Bosch.

En efecto, la teoría económica neoclásica, obsesionada con la ficción del equilibrio, nunca terminó de tener claro qué cosa es un empresario. De hecho, el gran economista francés Léon Walras concibió una estructura teórica con un equilibrio general en el que los empresarios eran unos sujetos rarísimos que no obtenían ni beneficios ni pérdidas. Entre esa bobada y el odio al empresario explotador, característico de los antiliberales de todos los partidos, hay que esmerarse en buscar a los economistas que aprecian la labor de los empresarios y los reconocen como lo que son: creadores de empleo y prosperidad.

Entender eso requiere abandonar las torres de marfil y tener la modestia de bajar a la realidad y comprender lo que el genio irlandés de Richard Cantillon comprendió en el siglo XVIII: la característica del empresario es la incertidumbre, porque siempre sabe el precio de lo que compra, pero nunca está completamente seguro del precio al que puede colocar lo que intenta vender. Ayer recogía Gema Pajares en nuestro periódico una frase de José Manuel Lara que demuestra que era consciente de esa realidad, cuando dijo: “nadie sabe que tiene una idea brillante hasta que ésta triunfa”. Y para ser empresario la clave es estar alerta: “Planeta y mis otras empresas tienen la obligación de siempre estar atentas a nuevas oportunidades en el mercado”.

Esa fue su posición siempre, y, como todos los grandes empresarios, sin alharacas, demostró que sabía detectar y aprovechar esas oportunidades no sólo en su actividad original, y fundamental, de editor, sino también en el delicado mundo de los medios de comunicación.

Ahora viene, hablando de asuntos delicados, el más delicado de todos en la empresa familiar: la sucesión. Y la clave es evitar, hablando de economistas neoclásicos, la vieja maldición de Alfred Marshall, que plasmó en la literatura para siempre Thomas Mann en Los Buddenbrook, a saber, la muerte no de las personas sino de las propias empresas. Es un desafío gigantesco, del que confío que los sucesores de Lara, dentro y fuera de su familia, sabrán salir airosos.

Ningún empresario deja de tener ideas y valores. Se ha apuntado que José Manuel Lara Bosch era “un declarado liberal catalán y español”. No se me ocurre decir nada mejor.

(Artículo publicado en La Razón.)