El narcisismo (político) de las pequeñas diferencias

En El tabú de la virginidad, de 1917, Freud acuña la expresión “el narcisismo de las pequeñas diferencias”, basándose en los escritos del antropólogo británico Ernest Crawley. El análisis se remontaba al mundo primitivo, para desmentir su supuesta falta de represión sexual. En realidad, dice Freud, había “tantas y tan severas restricciones que no es posible sostener ya la pretendida libertad sexual de los salvajes. Es indiscutible que en ciertas ocasiones la sexualidad de los primitivos se sobrepone a toda coerción, pero ordinariamente se nos muestra restringida por diversas prohibiciones y preceptos, más estrechamente aún que en las civilizaciones superiores”.

Sobre estos sentimientos, fundados en el temor del hombre hacia la mujer, concluye Freud: “en términos muy análogos a los psicoanalíticos describe Crawley que entre los primitivos cada individuo se diferencia de los demás por un tabú de aislamiento personal, fundado precisamente en estas pequeñas diferencias, dentro de una general afinidad. Sería muy atractivo proseguir el desarrollo de esta idea y derivar de este «narcisismo de las pequeñas diferencias» la hostilidad que en todas las relaciones humanas vemos sobreponerse a los sentimientos de confraternidad”.

Esta interesante noción, que pondera la necesidad de subrayar las diferencias para consolidar aspectos inseguros de la personalidad, es pertinente para analizar la política en general y las campañas electorales en particular.

El nacionalismo incurre de manera sistemática en dicho narcisismo que busca separar lo más cercano, como si no hubiera entre catalanes o vascos y el resto de los españoles muchas más coincidencias que diferencias. Pero los políticos no nacionalistas siguen la misma estrategia. Un ejemplo notable lo dio José Luis Rodríguez Zapatero, que no mentía siempre. Una vez dijo una gran verdad, cuando creía que nadie le escuchaba. Al terminar una entrevista, le anunció a Iñaki Gabilondo: “nos conviene que haya tensión”.

Todas las variantes del socialismo, del fascismo al comunismo, han trabajado siempre la tensión, la movilización, el espíritu gregario que procura visibilizar la imagen de todo el pueblo, o de su gran (e inmejorable) mayoría. Piénsese en las “mareas” y las marchas contra la “austeridad” y los “recortes”, por ejemplo, que se fundaban en la mentira conforme a la cual el Partido Popular estaba reduciendo de manera contundente el gasto público.

En periodo electoral el narcisismo de las pequeñas diferencias adquiere matices peculiares por la necesidad de seducir al votante mediano, pero en esencia el mensaje es análogo, y todos los partidos insisten en que son muy distintos y mucho mejores que los demás.

La verdad, sin embargo, es que las diferencias entre las opciones políticas son mucho menores que lo que esas mismas opciones reivindican. Y aún menores resultan cuando esas opciones llegan al poder. Pensemos en cómo reaccionaron los gobiernos del mundo ante la crisis: casi todos subieron los impuestos, más o menos, al conjunto del pueblo para preservar el Estado de bienestar. Y ahora casi todos prometen bajarlos, más o menos, pero preservar el Estado de bienestar.

(Artículo publicado en La Razón.)