Elecciones y gasto público

Los partidos que perdieron las elecciones el domingo coincidían en recomendar un mayor gasto público. Espero y deseo que no haya sido por casualidad sino, entre otras razones, por eso mismo. Igual hubo muchos que pensaron como Milton Friedman a la hora de analizar cómo gastamos el dinero.

Decía el Premio Nobel de Economía que lo podemos gastar de cuatro maneras distintas. “Usted puede gastar su dinero en usted mismo; en ese caso lo hará con mucho cuidado y procurando sacarle el máximo partido. Usted también puede gastar su dinero en otra persona, por ejemplo, comprándole un regalo de cumpleaños; en ese caso no tendrá tanto cuidado con el contenido de lo que compra, pero sí con su coste. Otra forma es gastar en nosotros el dinero de los demás; en ese caso ¡nos pegaremos sin duda una gran comilona! Por último, yo puedo gastar el dinero ajeno en los demás, y en tal caso no estaré preocupado por la suma y tampoco por lo que yo recibo a cambio: eso es el Estado”.

La dinámica del gasto público parece alcanzar en algún momento un extraño umbral. Cuando empieza a crecer, lo normal es que los ciudadanos lo aplaudan, y que pasen por alto su despilfarro, irracionalidad o corrupción. Son las etapas iniciales de su expansión, cuando caemos en la trampa de los políticos, que presentan el gasto como si fuera un obsequio que nos brindan. En etapas subsiguientes, los ciudadanos ya perciben los defectos del gasto, y empiezan a percibir su coste: es el momento en que el poder arrecia propagando la mentira redistributiva fundamental, a saber, que debemos apoyar el crecimiento del gasto público, porque lo van a pagar otros. Y al final del proceso, esa mentira sale a la luz, y la gente desconfía cada vez más de las políticas expansivas, no sólo por su ineficiencia sino porque comprueba que no es verdad que el gasto público lo paguen los ricos: lo paga la gran masa de la población, es decir, un grupo muy numeroso, en el cual lo más probable es que cualquier persona esté incluida.

He definido esa etapa, con perdón por el autobombo, como la ley fiscal de Rodríguez Braun, que dice así: los políticos aumentan el gasto público hasta que la rentabilidad política del último euro gastado resulte inferior al coste político del último euro recaudado.

No digo que los economistas denuncien el gasto, al contrario, siempre podrá haber muchos seguidores del keynesianismo cañí, que fantaseen con los efectos dinámicos taumatúrgicos de un gasto mayor: lo hicieron con todo descaro los líderes de Podemos en esta campaña. Lo que digo es que en un momento dado mucha gente se da cuenta de que es ella la que paga la cuenta, y no “los ricos”. En ese momento, sin ir más lejos, ya no vota con tanto entusiasmo a los que le prometían espléndidos milagros gratuitos.