La servidumbre feliz

Tres profesores descubrieron que la coacción del Estado da la felicidad: P.Flavin, A.C. Pacek y B.Radcliff. Afirman que su conclusión no es ideológica sino empírica. Unas encuestas realizadas a 50.000 personas de 21 países entre 1981 y 2007 ratifican, seriamente, que vivir sometido a un Estado grande promueve la felicidad personal más que cualquier cosa, más que estar casado y tener un empleo.

Para llegar a una conclusión tan disparatada es necesario combinar una teoría equivocada con una investigación distorsionada. Y es lo que hacen. Parten de la base de que “la literatura confirma generalmente que el Estado de bienestar alcanza sus objetivos de reducir la pobreza y la desigualdad”, y a partir de ahí brotan ventajas de todo tipo, desde la autoestima hasta la reducción del alcoholismo y la violencia doméstica.

Definen el mercado como defectuoso y asimétrico: “los mercados presuponen una orientación materialista en sus agentes”; deficiencia que, al parecer, creen que está totalmente ausente fuera del mercado. Como es bien sabido, los políticos, los legisladores y los burócratas sólo aman el espíritu. Y los autores afirman que con más Estado se neutraliza esta perniciosa tendencia materialista de los mercados.

El capitalismo, dicen, es una cosa mala, porque su cualidad central es “la mercantilización del trabajo y por tanto de las personas”. El intervencionismo estatal, al reducir la mercantilización, limita esas tendencias malévolas. Y así, todo: es tal la idolatría que sienten hacia el Estado que secundan el dislate conforme al cual las víctimas de las dictaduras comunistas, al estar totalmente sometidas al Estado, vivían más placenteramente antes de la caída del Muro de Berlín, y que después “los niveles de bienestar cayeron, cuando el Estado retrocedió y se expandió el sector privado”.

Con esas ideas tan absurdas, su contrastación es distorsionada, porque se basan en preguntas tan genéricas como estas: “Teniendo todo en consideración: ¿cuán satisfecho está usted con el conjunto de su vida?”; “Teniendo todo en consideración, ¿cómo describiría usted su estado de salud ahora?”, etc. Como eso mejora en los países industrializados, y nótese que las encuestas terminan el último año antes de la crisis, y como tienen Estados grandes y crecientes, entonces concluyen que el Estado nos hace felices. Y, para colmo, gratis, porque nadie parece decir nada sobre los impuestos. El Estado, así, no tiene ninguna faceta nociva, y es, en cambio, estupendo porque consigue “aislar a los ciudadanos de los efectos perjudiciales de la economía de mercado”.