Lenguas libres, o no

La destacada dirigente de Podemos, y portavoz en el Congreso, doña Irene Montero, habló de “portavozas” y suscitó una reacción política y mediática. Un primer problema es si se equivocó o no. Ella aseguró que no era ningún error y que lo había hecho adrede. Cabría matizarlo, como escuché ayer en Onda Cero: “Si Irene Montero pensara, de verdad, que ayuda a combatir el lenguaje sexista llamar a la portavoz ‘portavoza’ se llamaría a sí misma de ese modo. Y no es el caso”.

No entraré en esta cuestión y daré por buena la palabra de doña Irene, porque lo que me interesa es subrayar un ángulo diferente al que recorrió ayer las redes, que se llenaron de sarcasmo frente al celo feminista de la portavoz, tachado de excesivo. A mi juicio, la manipulación política del idioma debe ser objeto no tanto de risa como de inquietud.

La líder de Podemos llegó a arremeter contra la Real Academia Española, acusándola de “perpetuar el machismo”,  nada menos. Y añadió: “me disculpan si uso palabras que no estén aceptadas, pero el tiempo que esté aquí no quiero que nadie me pueda acusar de no haber luchado por la igualdad de mujeres y hombres”. Decir “portavoza”, por tanto, es sacrificarse por una causa noble. Pablo Iglesias lo tiene claro: “hacer una sociedad mejor y más justa para las mujeres implica también mejorar y cambiar el lenguaje para hacerlo inclusivo”. Adriana Lastra, vicesecretaria del PSOE, se apuntó a la causa: “tanto el lenguaje como las sociedades avanzan, y en muchas ocasiones, las sociedades van por delante del lenguaje”.

La retórica reviste interés, porque exhibe desprecio hacia la libertad de las personas. Se refieren estos líderes y lideresas de la política al lenguaje como si no fuera social, cuando es lo social por excelencia; no es inventado por la Academia, sino recogido por ella. Hablan los progresistas de la sociedad, y de su avance, separándola del lenguaje, como si éste debiese ser impuesto a la sociedad. Se trata de una nueva muestra de ingeniería social, es decir del empeño en cambiar la sociedad (lo quiera la gente o no, empezando por la forma en la que la gente  habla) desde la política, incluso identificando sociedad y política. Es decir, el totalitarismo de toda la vida.

Para ocultar los aspectos más siniestros de esta maniobra, se la procura disfrazar con las mejores intenciones. Llevan décadas haciéndolo los nacionalistas catalanes, justificando la inmersión lingüística porque el catalán es una lengua “débil”. Lo mismo hace la izquierda con su exigencia del habla correcta: alega que lo hace por justicia, igualdad e inclusión. Pero no se le ocurra a usted, señora, negarse a secundar sus dictámenes, porque ya verá lo injusto, desigualitario y excluyente que puede ser el autodenominado progresismo feminista.