Pagar el pacto

Conviene ponderar el coste del pacto salarial firmado por los sindicatos y la patronal. Se trata de un acuerdo que, como es habitual, ha sido rubricado a espaldas de los trabajadores, que desde hace mucho tiempo no se afilian a sindicato alguno, y de los empresarios, muchos de los cuales no se sienten representados por la CEOE. En cambio, desde los políticos, grandes responsables del desempleo y las tribulaciones empresariales, hasta burocracias inútiles como el Consejo Económico y Social, o la Organización Internacional del Trabajo, se apresuraron a saludar, hoy como siempre, la “concertación social”. Como si la sociedad, nada menos, fuese idéntica a la suma del Estado y las corporaciones.

Esto no quiere decir que entre los sindicalistas y los dirigentes empresariales no haya ninguna persona sensata. Al contrario. El ajuste de costes y la contención salarial de estos últimos años han contribuido a que el paro, inflado por los impuestos y las regulaciones, no haya aumentado tanto como podría haberlo hecho en otra circunstancia. Lo que advierto es sobre los riesgos a los que la demagogia intervencionista expone a las trabajadoras en un futuro en el cual el crecimiento de nuestra economía puede registrar un dinamismo menor.

Sostener, como editorializaba el diario El País, que el pacto salarial pone fin a la crisis es absurdo, porque el empleo viene recuperándose en España desde hace un lustro; es igualmente erróneo aducir que los trabajadores han sido los únicos que la han padecido, como si no hubiera habido en nuestro país miles de empresarios arruinados por la crisis y la pasión recaudatoria desplegada por los gobiernos de Rodríguez Zapatero y Rajoy.

Otro disparate es saludar el aumento salarial por su impacto en el consumo y de ahí en el crecimiento económico: habrá que recordar que el consumo en España estaba disparado en 2007, lo que no impidió en absoluto la acusada recesión que sobrevino en los años subsiguientes.

Claro que es bueno un ambiente laboral pacífico, pero no caigamos en el delirio de creer que los salarios suben merced a acuerdos corporativos y bendiciones políticas y legislativas: solo la mayor productividad es la fuente de ese aumento. Y allí deberíamos mirar para otear el futuro, porque allí aparecen elementos de grave inquietud.

El pacto, en efecto, puede abrir la puerta a un retroceso en la escasa flexibilidad en el mercado laboral alcanzada en los últimos tiempos, en la medida en que los sindicatos consigan que los acuerdos sectoriales vuelvan a prevalecer sobre los acuerdos de empresa, o se recupere la llamada ultraactividad, es decir, la prórroga indefinida de los convenios, o se hostigue más a la subcontratación. Todo eso se pagará en términos de empleo.