Pobreza: riesgo de riesgos

 

Leí en la prensa que los pobres “son más y distintos”. Pero, ¿cómo es posible que después de varios años de crecimiento económico hayan aumentado los pobres? Respuesta: no han aumentado.

Hay que advertir que desde hace algún tiempo ya no se habla de pobreza sino de “riesgo de pobreza”. Esto permite a los antiliberales de toda laya insistir en sus jeremiadas sobre lo mal que va todo, y a continuación apresurarse a exigir más gasto público, más impuestos y menos libertad. De ahí que convenga analizar con cuidado sus lamentaciones para comprobar si tienen base o no.

Según lo que pude leer, los mayores de edad están en mejor posición, pero “los niños en cambio han sido los más perjudicados: su riesgo de pobreza entre 2005 y 2015 pasó del 29% al 34%”. Nótese que el primer año fue el penúltimo de un largo ciclo de crecimiento económico y generación de empleo; y que la recuperación empezó en 2013.

Ahora bien, ¿por qué están en mayor riesgo? Porque la definición ya no es personal: “la pobreza es una característica del hogar, no individual”. Entonces, todos los hogares con niños tienen más riesgo.

Y observé que la forma de ponderar los ingredientes de dicho riesgo tiende a inflarlo. Por ejemplo, todo trabajo que no sea fijo lo aumenta, independientemente del motivo y el salario. Lo mismo sucede con los hogares monoparentales y las familias numerosas. Ser extranjero se relaciona con la pobreza, y, obviamente, estar parado.

Cuando llegamos al dinero, se entienden mejor los altos porcentajes del riesgo. Según Eurostat basta con una de la siguientes condiciones para estar en riesgo de pobreza: ingresos bajos, escasez de empleo, y privaciones materiales severas. La primera incluye a personas con ingresos familiares menores al 60 % de la mediana: por ejemplo, alguien que viva solo y gane 8.000 € al año. La segunda condición la cumpliría un matrimonio con ingresos suficientes pero que vivan con dos hijos que ni estudian ni trabajan.

La tercera condición, según se informó, es quizás la más grave: “incorpora a las personas que, con independencia de sus ingresos, sufren privaciones como no tener lavadora, no poder comprar carne o tener dificultades para pagar los recibos o el alquiler”. Es difusa, porque no atiende a los ingresos, con lo que una persona o una familia con ingresos suficientes pero que tenga “dificultades” entraría en esta categoría.

Leí declaraciones de un matrimonio marroquí con seis hijos. No trabajan, pero reciben una ayuda de 400 euros y otra de 200 por ser familia numerosa. Dice ella: “Mi trabajo es buscar. Antes no conocía muchos sitios. Ahora sé todo. Hay que buscarse la vida poco a poco”.

Cabe asociar la imprecisión estadística sobre el riesgo de pobreza con las cifras sobre la pobreza efectiva más grave, a menudo asociada con el hambre. En Repensar la pobreza, Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo comprueban sobre el terreno que “la mayoría de las personas que viven con menos de 99 centavos al día no parecen comportarse como si tuvieran hambre”.