Populismo y circo

Las formas de los nuevos políticos populistas en el Parlamento han sido objeto de críticas, por la evidente demagogia de sus gestos y proclamas, y por el descarado antiliberalismo de sus propuestas, todas ellas dirigidas a recortar los derechos individuales. Sin embargo han recibido otra crítica que no me parece justa: se les ha acusado de convertir el Congreso en un circo. Lo cierto es que no lo han  hecho. Todavía.

Coloquialmente, el Diccionario de la Real Academia Española incluye la acepción de circo en el sentido de confusión, desorden, caos. Esto no ha sucedido con los representantes de Podemos en el palacio de la Carrera de San Jerónimo ni, que yo sepa, en ninguna otra cámara autonómica ni municipal. Es verdad, como acabo de señalar, que sus mensajes y actitudes representan un grave peligro para la libertad y los derechos de los ciudadanos, pero tampoco el resto de las formaciones políticas se han esmerado en ampararlos.

Es verdad, y eso los distingue de los demás, que los políticos de Podemos no se visten con la formalidad de los otros políticos, pero eso no alcanza para identificarlos con el desorden. Más aún, aunque reivindican una lógica asamblearia, sus convocatorias no vienen señaladas por alborotos apreciables. Y sea como fuere en los demás ámbitos, está claro que la formación Podemos y sus marcas aliadas no han convertido el Congreso de los Diputados en un circo.

La explicación de esta interesante contención no puede derivar del respeto a las formas institucionales, siempre vinculadas al respeto por los ciudadanos, sus derechos y libertades. No se caracteriza Podemos por ese respeto, y no veo en sus ideas, consignas y estilos, nada que les impidiera a sus dirigentes instalar en el hemiciclo las mismas “barras bravas” de matones aliados y subsidiados como instalaron sus amigos los Kirchner en el Congreso de mi Buenos Aires querido.

Pero entonces ¿por qué no lo han hecho en nuestras cámaras de España? ¿Por qué Pablo Iglesias y sus secuaces, por ejemplo, dejan hablar a los representantes de otras formaciones en el Congreso de los Diputados, cuando ellos mismos, a los gritos, le impidieron hablar a Rosa Díez en la Universidad Complutense?

Sospecho que no es porque no quieran, sino porque no pueden. No podrían abarrotar la (por otra parte, relativamente reducida) tribuna de invitados con tantos perroflautas como los que se agolpaban en las galerías altas del Congreso porteño, y no sólo porque no hay tanto sitio sino porque no hay sitio político: si montaran esos escándalos el coste político que deberían pagar en términos de descrédito en la opinión pública posiblemente superase el beneficio político que obtendrían de tal circo.

Debemos felicitarnos por ello. La política con rasgos asamblearios ha solido promover recortes de la libertad desde la Antigua Grecia hasta hoy.