Referéndum griego: la pregunta que no se hace

Las consecuencias del “No” en el referéndum dependen de la pregunta que no se formula: “¿Quiere usted que Grecia permanezca en el euro?”.

Si esa fuera la pregunta, y los griegos rechazaran la moneda única, el Grexit no se derivaría de una expulsión formal sino de una salida apresurada: los bancos griegos no podrían funcionar sin los mecanismos de soporte del BCE y el corralito debería mantenerse; pero ningún gobierno sería capaz de aguantar la ira popular que esto provocaría. “¡Que se vayan todos!”, gritaban los manifestantes callejeros en Buenos Aires en 2002, y no era necesario aclarar a quiénes se referían.

Terminar con el corralito sin el euro requeriría restablecer el dracma y devaluarlo, junto a la declaración del default o impago: eso fue lo que hicieron los gobernantes argentinos. El impago “resuelve” el problema de la deuda, a cambio de cegar las fuentes de financiación. La inflación, por su parte, como descubrió Juan de Mariana en 1609, “resuelve” el problema fiscal, porque es un impuesto disfrazado sobre los tenedores de dinero, que recauda el emisor de la moneda depreciada, o sea, el Estado. El resultado de todo esto sería una nueva recesión, igual que en la Argentina: los que recomiendan volver al dracma eluden púdicamente esta circunstancia.

Ahora bien, los ciudadanos griegos prueban con sus actos que consideran dicho escenario como posible: fuga de capitales, anhelo por poseer euros, y derrumbe de los depósitos privados en los bancos, que han caído un 50 % en el último lustro.

Por eso la pregunta no se hace, y los gobernantes insisten una y otra vez en que no se trata de conservar el euro o no. Lo que quieren, y quieren que el pueblo crea, es que si votan “No” a la pregunta enrevesada del referéndum, entonces Tsipras y los suyos volverán a negociar con los malvados acreedores desde una posición más fuerte, todo el mundo conservará el euro, y los políticos griegos podrán seguir sin reducir el gasto público de modo que sea sostenible dentro del euro.

El problema de si sale el “No” pero Tsipras no quiere abandonar el euro es que para terminar con el corralito necesita el apoyo financiero de los acreedores, los mismos irresponsables que han prestado a los dispendiosos gobernantes griegos mucho más de lo debido. Los acreedores, por su parte, saben que Grexit sería un fracaso también para ellos, y por tanto en caso de triunfo del “No” procurarán no dar la impresión de que echan a los griegos por pura maldad, y a la vez insistirán en que no pueden seguir indefinidamente llenando de euros el nuevo tonel de las Danaides. Los incentivos para buscar un nuevo apaño tras el “No” se mantendrían.

(Artículo en La Razón.)