Sender y Casas Viejas

En Viaje a la aldea del crimen, Ramón J. Sender reunió las crónicas que había publicado en La Libertad sobre la represión de las fuerzas del orden republicanas ante el levantamiento de Casas Viejas en enero de 1933. Hace poco el texto fue publicado nuevamente por Libros del Asteroide.

El escritor justifica la violencia: los bandidos “humanitarios” son “un fenómeno obligado…consecuencias políticas de un estado de cosas bastante generalizado en el campo español, pero mucho más agudizado en Andalucía…cada aldea, cada pueblo que tenga armas y recias hambres, querrá su comunismo libertario…cuando se habla en Casas Viejas de comunismo libertario todos entienden que se trata de poner en cultivo 33.000 hectáreas de buena tierra”.

Otra consigna es la idea de que se paga a los trabajadores para que no hagan la revolución, cuando es sabido que las revoluciones comunistas no fueron realizadas fundamentalmente por obreros sino por señoritos: “Para evitar el levantamiento de estos centenares de hombres existe el subsidio”. Se trataba de un subsidio pagado por los propietarios privados. Sender lo rechaza, porque “no hace sino arrebatarles a los campesinos lo único que les quedaba: la dignidad de su trabajo y de su jornal”. Nuestros izquierdistas de hogaño no plantean objeción alguna al subsidio, siempre que sea público, es decir, pagado con un dinero que el poder extrae por la fuerza a los ciudadanos.

Un aspecto crucial es mencionado de paso: “los obreros de un término municipal no pueden trasladarse a otros –acuerdo de los socialistas, que estaría bien si no fuera de un simplismo absurdo”. No es que fuera simplista, era una barbaridad que fomentaba el desempleo de los trabajadores.

Pinta a los anarquistas como héroes, que sólo cultivan la bonita idea de que “será todo de tos”. Los propietarios son malvados, pero también los socialistas: uno de ellos ayuda a la represión y delata a los rebeldes. El cura no se compromete, los políticos republicanos son ruines y las fuerzas del orden son asesinos en defensa de los propietarios. Todo el mundo es malo menos los anarquistas que sólo aspiran al “comunismo libertario”, quieren sólo la paz y la tierra: el lector queda con la idea de que la tierra es mucha y está desperdiciada; no hay ningún intento de analizar el por qué.

La actitud de los escritores de desconfianza hacia la propiedad privada, institución fundamental de la sociedad libre, es perdurable. Antonio Muñoz Molina, reseñando la obra en El País, censura a los anarquistas por sus excesos, pero comparte sus ideas de expropiar la tierra; lo malo no es violar la propiedad privada sino excederse en esa violación.

Hubo 25 muertos en Casas Viejas, especialmente entre los rebeldes, que también mataron a algunos guardias. Para Sender, y para muchos, no hubo realmente responsabilidad entre los que se levantaron: ¿cómo iba a haberla si sólo anhelaban la utopía comunista?