Sentido común

Arnold Kling, doctor en Economía por el MIT, en un artículo para la Library of Economics and Liberty (ow.ly/yWwnX), recordó la vieja idea de Hayek sobre el “cientismo”, la presunción de que lo social es científicamente aprehensible, es decir, “la creencia en que debemos ser capaces de explicar y predecir la realidad social sobre la base de principios universales sencillos, poderosos y contrastables”.

Así funciona el antiliberalismo en sus diversas variantes, desde las más carnívoras hasta las más vegetarianas. De los comunistas a los socialdemócratas, de los populistas a los nacionalistas, vivimos rodeados de arrogantes que creen haber desvelado los últimos intríngulis de la sociedad, y que nos ofrecen recetas sencillas para todos nuestros males, genuinos o imaginarios. Se trata de recetas atractivas no sólo por su sencillez y por su apelación al sentido común, sino porque, si hay algún damnificado, siempre es una minoría malvada que disfruta de inicuos privilegios que es menester arrebatarle. Típicamente, los “ricos”. A ellos hay que subirles los impuestos todavía más, como aconseja Piketty para “resolver” la desigualdad.

El problema de todo esto es que el sentido común es necesario, pero casi nunca es suficiente, y si descansamos sólo sobre él podemos equivocarnos y contribuir a daños variopintos. Por seguir con el tema de la fiscalidad, creer que para que todo se arregle basta con expropiar a los ricos no sólo es un injusto error, sino que además arrastra consecuencias nocivas, como es la subida de impuestos para el grueso de la población, y su consiguiente empobrecimiento.

Por eso se ha hablado de la “densidad causal” en los fenómenos sociales: hay muchas cadenas causales, reacciones y bucles que hacen que nunca o casi nunca haya observaciones suficientes como para realizar inferencias plenamente fiables. Conviene, por tanto, ser prudente ante las recomendaciones económicas aparentemente avaladas por el sentido común. Una falacia clásica es: dado que cualquier empresa, ante un aumento en su demanda, probablemente incrementará su plantilla, lo lógico sería que el Estado expandiera la demanda agregada para el conjunto de la economía, y así aumentaría el empleo. Y así…tenemos aeropuertos sin aviones y el Plan E.

La realidad, por lo tanto, es mucho más compleja de lo que nos cuentan, y esa complejidad ha sido un fundamento del liberalismo desde Adam Smith hasta Hayek, que dijo: “La curiosa tarea de la ciencia económica es demostrar a los hombres lo poco que realmente saben de lo que imaginan que pueden diseñar. Para la mente ingenua que puede concebir al orden sólo como el producto de una ordenación deliberada, puede parecer absurdo el hecho de que, en condiciones complejas, el orden y la adaptación a lo desconocido se pueden lograr de manera más efectiva mediante la descentralización de las decisiones y que una división de la autoridad en realidad extenderá la posibilidad de orden general. Que la descentralización en realidad conduce a que se tome en cuenta una mayor cantidad de información”.