Sombreros y máquinas de escribir

Si pensamos en un periodista hasta mediados del siglo XX, lo evocamos como un  hombre con sombrero que escribía a máquina. Como sabe cualquiera, ya no somos mayoritariamente hombres los que nos dedicamos al oficio (de hecho, ha dejado de ser sólo un oficio), los sombreros ya no se usan, y las máquinas de escribir son piezas de museo. La crisis del periodismo y la comunicación dificulta la percepción de que esos cambios son de diferente naturaleza.

Debe ser porque soy calvo, pero el caso de los sombreros siempre me ha fascinado: es el cambio más importante registrado en la indumentaria humana hasta que pasamos a portar el teléfono móvil como prenda indispensable. Su práctica desaparición tuvo lugar en relativamente pocos años, y sin embargo no se produjo ninguna perturbación económica ni política cuando la gente dejó de tocarse con sombreros. Es evidente que los empresarios y trabajadores del sector se adaptaron rápidamente y empezaron a fabricar y a vender otras cosas (quizá pantalones vaqueros, que se pusieron de moda entonces).

¿Quién se arruinó? Pues los empresarios que no se dieron cuenta de que la gente dejaría de usar sombreros y nunca más iba a ponerse nada en la cabeza. Esos empresarios concluyeron que el cambio no era profundo y que la caída en la demanda, al ser superficial o temporal, podía abordarse con ajustes, recorte y contención de costes. Fue un grave error.

El caso de las máquinas de escribir es distinto, aunque también desaparecieron. Por supuesto que un empresario que, como en el ejemplo anterior, se hubiese aferrado a seguir ofreciendo las máquinas antiguas se habría arruinado (algunos lo hicieron), pero la diferencia con los sombreros es que la gente dejó de usarlos, mientras que, por el contrario, siguió escribiendo “a máquina” esencialmente igual que antes, con los mismos teclados, aunque con artefactos diferentes, vastamente más eficientes y cómodos.

Así como el error empresarial en el caso de los sombreros fue creer que la caída en la demanda era parcial, cuando en verdad fue casi total, el error en el caso de las máquinas de escribir fue no comprender que la demanda desaparecería sólo para las máquinas antiguas, no para las máquinas que, renovadas, seguían haciendo lo mismo que antes, pero mejor.

Podemos confiar en que la crisis del periodismo no sea como la de los sombreros: el público no va a dejar de demandar información y análisis. Por lo tanto, habrá nuevas oportunidades para los hombres de negocio y los profesionales, siempre que seamos capaces de dar respuesta al problema que afrontaron los empresarios de las viejas máquinas de escribir: no es que los ciudadanos deseaban dejar de escribir; lo que querían era escribir de otra forma.

(Artículo publicado en el número 58 de la revista Informadores.)