Gresham, moneda y religión

La Ley de Gresham, "la moneda mala expulsa la buena", sólo se cumple porque el Estado impone su moneda, con lo que la gente utilizará la mala en sus transacciones, y atesorará la buena como activo. Eso, y no las externalidades, como farfullan tantos economistas, es lo que explica que la ley valga para el dinero pero no para las camisas. En la notable revista británica Standpoint, Melanie Phillips utiliza esta idea en un ámbito sorprendente: The new intolerance. How bad religion drives out good (http://www.standpointmag.co.uk/).

La modernidad rechaza la religión, presentada como paradigma de atraso e intolerancia. En los medios parece que los curas y las monjas sólo se dedican a violar los derechos humanos de la forma más cruel. Lo malo atañe a las religiones más cercanas, las judeocristianas. Lo progresista sobre el Islam es… la alianza de civilizaciones.

El pensamiento aceptable, dice Phillips, es el que sitúa a la religión como opuesta a dimensiones plausibles que son monopolizadas por sus enemigos: la razón, la ciencia, el progreso y la libertad, "mientras que los creyentes anhelan destruir la Ilustración y arrastrarnos a todos de vuelta a las épocas oscuras de la credulidad, la superstición y el encadenamiento de las mentes". Su tesis, en cambio, es que no vivimos en una época sin credos, sino que la religión ha sido hostigada por otras seculares "religiones de la anti-religión", marcadas por el cientismo, el relativismo moral, el multiculturalismo, el igualitarismo, y en el fondo el milenarismo, "una creencia religiosa en la perfección de la humanidad y la vida terrenal, a menudo asociada con un apocalipsis. Es una doctrina de la salvación colectiva y completa, que conduce inevitablemente a un modo de pensar totalitario".

Sus componentes religiosos en el peor sentido de la palabra están claros: quienes no compartimos sus dogmas somos malos, debemos arrepentirnos, etc. Sus modos son tan irracionales, intolerantes y antiliberales como la más severa y primitiva de las religiones. Es una mala religión que, como la moneda según Gresham, ha expulsado a la buena por la intervención del Estado.

Melanie Phillips se pregunta por qué odian tanto a la religión: después de todo, podrían dejar a los creyentes en paz. Encuentra una clave en la consigna: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida". Es decir, "la desagradable religión restringe tu conducta y te hace infeliz. Para disfrutar de la vida solo tienes que deshacerte de la religión, quitarte de encima esas restricciones, y entonces serás feliz". La religión es vista como algo insoportable a la hora de comportarnos como nos dé la gana. Por supuesto, ese paraíso es falso y peligroso: es falso porque la libertad no estriba en hacer cualquier cosa: no hay libertad en una comunidad sin normas derivadas de la consideración de los demás; y es peligroso porque el mundo moral sin reglas "conduce directamente a los abusos del poder".