«Padres e hijos»

El país que iba a padecer primero los horrores del socialismo real albergó también a grandes escritores que lo advirtieron tiempo antes. Hemos recordado en este rincón de EXPANSIÓN a Dostoievsky, con dos notables obras que anticiparon su potencialidad criminal: Los demonios (aquí: https://bit.ly/4eGOAMN) y Memorias de la casa muerta (aquí: https://bit.ly/44whzzb). En el mismo año que estas Memorias, 1862, Turguéniev dio a la imprenta Padres e hijos, que he leído por sabio consejo de Rafa Latorre, columnista de El Mundo y mi director en “La Brújula” de Onda Cero.

En sus notas al texto, el traductor, Joaquín Fernández-Valdés, apunta que el propio Turguéniev dijo que su joven protagonista, Bazárov, estaba inspirado en un médico que había conocido y que “encarnaba un nuevo prototipo de hombre que estaba surgiendo en la sociedad rusa y que le causaba interés y desconcierto a la vez: el nihilista, una persona que no reconoce ninguna autoridad y que únicamente cree en el conocimiento empírico”. Aunque la palabra socialismo no aparece en el libro, que a primera vista versa sobre el conflicto generacional, de ahí su título, Isaiah Berlin sugirió que Bazárov es una suerte de proto-bolchevique, porque “desea el cambio radical y no retrocede ante el empleo de la fuerza bruta”.

Bazárov tiene otros rasgos típicos del socialismo: como el hiper-racionalismo que desdeña la cultura, las tradiciones, las instituciones, la familia, la religión y todo lo que pueda matizar u obstaculizar el cambio social determinado por la ciencia y el utilitarismo. El pueblo y sus derechos no cuentan: “lo que merecen es el desprecio… queremos doblegar a los demás”. Y lo hacen todo en nombre de la libertad, como hizo siempre el racionalismo antiliberal desde la Revolución Francesa.

Su amigo y colega, Arkadi, en cambio, se va apartando de las utopías, y al final opta por formar una familia: “Como antes, deseo ser útil y dedicar mis fuerzas a la verdad. Pero ya no busco los ideales en el mismo lugar: ahora se me antojan mucho más cercanos”.

Claramente las simpatías de Turguéniev se inclinan hacia esa actitud moderada, que acepta el cambio social pero rechaza la arrogante revolución destructiva, cuyos daños señala en el plano personal, no social ni político, pero nada bueno en estos campos cabe esperar de personas como Bazárov, que no comprenden cómo es la gente y la sociedad, y tampoco se conocen a sí mismos.

La mirada amable de Padres e hijos, su mensaje reconciliador y de mutua comprensión, se despliega muy especialmente hacia las personas mayores que no entienden lo que está pasando, como los padres de Bazárov, cuyo final resulta a la vez patético y esperanzador. Otro mundo no socialista, en efecto, es posible.