En 1965, la crítica no brindó grandes elogios a la versión para el cine del musical The Sound of Music. Algunos aplaudieron la actuación de Julie Andrews, o la dirección de Robert Wise, y por supuesto la música de Rodgers y Hammerstein. Pero el mundo de la cultura fue más severo: “un sentimentalismo romántico y absurdo”, escribió el New York Times. En la misma línea desdeñosa, The New Yorker sentenció que el film “está edulcorado hasta tal punto que alarmaría incluso a Hansel y Gretel”.
Tuvo, sin embargo, mucha mejor acogida entre los votantes de los premios Oscar, alzándose con cinco estatuillas, incluyendo mejor película y mejor dirección.
Y la respuesta del público fue espectacular, lo que produjo unos resultados económicos extraordinarios. Esto salvó a la 20th Century Fox, que pasaba por una situación apurada debido a las abultadas pérdidas que le había provocado Cleopatra. El estudio prácticamente se lo jugó todo a Sonrisas y lágrimas, cuyo presupuesto superó los 8 millones de dólares, respetable suma por aquel entonces, pero fue un dinero muy bien invertido. La película recaudó en los primeros años unos 160 millones de dólares en todo el mundo, lo que la convirtió en la más exitosa de la historia del cine, superando a Lo que el viento se llevó, y mantuvo esa primera posición hasta los dos bombazos de la primera mitad de la década siguiente: El Padrino y Tiburón.
No cabe duda de que la película es sentimental. La cuestión estriba en que hemos visto mucho sentimentalismo en las pantallas, pero no con ese enorme impacto en un tiempo en que se suponía que estaba cambiando la noción de los musicales clásicos: West Side Story, en cuya dirección también participó Wise, había sido estrenada cuatro años antes.
Está claro que The Sound of Music encajó con valores que la gente apreciaba, desde la tensión personal de ambos protagonistas, incluyendo la religión en el caso de la joven novicia, hasta la libertad que representan las montañas, que parecen vivas al principio, como dice la canción, y que salvan la vida de los von Trapp al final, porque las cruzan rumbo a Suiza escapando de los nacionalsocialistas.
Gage Klipper subrayó con acierto en Law & Liberty que la música enlaza los afectos y las tribulaciones de todos, pero se mantienen firmes en “la fe, la bandera y la familia, aunque de un modo diferentes al que cada uno preveía inicialmente”.
Vamos aprendiendo lecciones morales al tiempo que música, es tanto Do-Re-Mi como la superación de obstáculos en, por volver a las montañas, Climb every mountain. Con esos valores solo cabe alegrarnos por el éxito que hace 60 años (y después) obtuvo Sonrisas y lágrimas.