El cuento del monopolio

Los politicos y los burócratas europeos son a veces criticados por utilizar la legislación antimonopolio para perseguir a las empresas innovadoras, grandes y exitosas, cuyo único pecado es ser eso mismo. Se olvida, sin embargo, que el cuento del monopolio es una criatura estadounidense.

Fue allí, en efecto, a finales del siglo XIX, cuando cristalizó por primera vez el fraude de ampararse en la supuesta defensa de la competencia para expandir el poder politico a costa de la libertad y los derechos de los ciudadanos. Ese fraude derivó de una estratagema intelectual, que estribaba en definir monopolio según el número de oferentes.

Con el tiempo, los propios economistas echaron por tierra esa teoría, planteando que el vicio del monopolio no consiste en que haya solo un oferente sino en que se dedique a obstaculizar la competencia erigiendo barreras de entrada. En ausencia de dichas barreras, el que haya un solo oferente solo revela que es más eficaz. Asimismo, su propia rentabilidad actuará como incentivo para la aparición de nuevos competidores. Así se logró que las autoridades no hostigaran a IBM en los años 1960, y la propia dinámica del mercado propició la llegada de rivales exitosos que acabaron con su hegemonía.

Pero el cuento del monopolio es duro de roer, y los Estados han probado que aspiran a seguir esgrimiéndolo como excusa para crecer. Lo han hecho en todo el planeta, donde proliferan tribunales y leyes pretendidamente en defensa de los consumidores, a quienes su intervencionismo terminan casi siempre fastidiando.

Lamentablemente, esa campana reflorece en los propios EE UU, donde se ha perseguido a Apple y a Google, entre otros. Los argumentos son los de siempre. Destacó William F. Shughart II en el American Spectator que el proceso contra Apple del año pasado se basó en que “monopolizaba” el mercado americano de smartphones. No lo hacía, porque no tenía el 100 % del mismo, aunque sí un porcentaje amplio.

El Departamento de Justicia empleó el mismo argumento en 1998 contra Microsoft. Puro cuento, porque eran empresas eficientes, a las que los consumidores apreciaban, y cuya posición “dominante” nunca garantiza el dominio perpetuo, como una y otra vez se demuestra, a pesar de que politicos y burócratas persisten en creer que saben más que los compradores y los vendedores. Sus campañas, como apuntó Jennifer Huddleston, profesora en la Universidad George Mason, dañarán la innovación con su absurda mentalidad de que big is bad.

La peor noticia es que, como denunció Phil Gramm en el Wall Street Journal, la persecución ideológica a Google la inician Biden y los suyos por motivos ideológicos, y al parecer la tropa de Trump pretende seguir en la brecha.