El infierno progresista de Affelnet

Affelnet, o “affectation des élèves par la net” es un algoritmo que desde 2008 decide a qué instituto va cada alumno en Francia. Me he enterado de su existencia gracias a mi amigo, Rafael Atienza, que me recomendó el libro de la ensayista y periodista, Sophie Coignard, La tiranía de la mediocridad. Por qué debemos salvar el mérito, Deusto.

El efecto de Affelnet no reviste demasiada gravedad en los pueblos más pequeños, pero “se convierte en el nervio de la guerra escolar en las grandes ciudades, especialmente en París”. El algoritmo tiene en cuenta el capital económico de la familia y también el cultural, con lo que un hijo de profesores pierde puntos, y los que hayan estudiado en un buen instituto de primaria también.

El objetivo, típicamente progresista, es “poner fin a la segregación escolar”, pero su resultado concreto es que “un excelente alumno que sale de un colegio reputado de primer ciclo de secundaria no tiene ninguna posibilidad de ser admitido en un instituto considerado de los buenos. ¿Absurdo? Sí, pero muy real”.

Los absurdos prosiguen. Dice Coignard: “Otro tamiz es el de la mezcla social, que modifica las puntuaciones a fin de que los padres mejor formados acepten inscribir a sus hijos en institutos poco deseados a fin de mejorar las medias de dichos centros. En fin, Affelnet está diseñado para empañar los resultados de los alumnos más destacados”. 

El jefe de gabinete del ministro de Educación, Christophe Kerrero, declaró: “Nuestro objetivo es el alumno normal”. La autora de La tyrannie de la médiocrité exclama con sarcasmo: “¡En efecto!”. Y añade: “la justicia parece adquirir un sentido muy especial para los defensores de Affelnet, puesto que consiste en pisotear los criterios de asignación para obtener un ‘alumno normal’”, que viene a ser algo tan siniestro como el “hombre nuevo” al que aspiraban las dictaduras comunistas.

Hablando de comunismo, se nota en todo esto la gran influencia que ha tenido la izquierda desde hace décadas en la educación, ahora potenciada en Francia por los economistas de la escuela de Thomas Piketty, que destilan aversión hacia los mejores, hacia los que más se esfuerzan, hacia los que más rinden y más destacan.

Pero, en fin, y hablando de economistas, el viejo Adam Smith tarda en abrirse camino, pero lo hace, con su noción de las consecuencias no previstas ni deseadas. Ante el despotismo igualitario, se ha producido una reacción, y han florecido institutos privados de enseñanza secundaria donde pueden estudiar los alumnos más capaces. La fatal arrogancia de los socialistas de todos los partidos cosecha frutos opuestos a sus objetivos, porque la fractura social que supuestamente pretenden cerrar se agranda por su culpa.