Socialismo con cobertura

Por recomendación de Fuera de serie, que leí durante un reciente fin de semana en EXPANSIÓN, he visto El último artefacto socialista, la miniserie de seis episodios que ha estrenado Filmin, dirigida por Dalibor Matanić y basada en la exitosa novela del escritor, también croata, Robert Perišić, publicada en castellano por Impedimenta.

La historia es la de dos primos que vuelven a poner en marcha una vieja fábrica de turbinas en una remota ciudad balcánica, durante la transición entre el comunismo y el capitalismo. Es una sátira, de humor mordaz, sobre unos personajes fundamentalmente desgraciados que no conectan, ni con la realidad ni entre sí. Por eso el título original del libro, respetado en la traducción inglesa, es Zona sin cobertura, que es precisamente lo que sucede con los teléfonos móviles en dicha ciudad.

Hay mentiras, abandono, soledad y violencia –herencia de la guerra, terminada hace quince años, pero aún presente en los dramas personales. El autor no es un liberal, y contrapone, como los socialistas de todos los partidos, el mercado a lo social, haciendo guiños izquierdistas, desde la fábrica autogestionada a la privatización en manos de los norteamericanos, pasando por el engaño de los empresarios.

Pero el mensaje socialista fundamental es la reivindicación del propósito comunitario. La ciudad está poblada por derrotados, gente cínica y desesperanzada, fumadores compulsivos y bebedores hasta la inconciencia. Se dirá que es el resultado del socialismo y la guerra.

El panorama va a mejorar considerablemente, pero no será gracias al capitalismo sino a que su tramposo mensaje logra galvanizar a los personajes en torno a un objetivo común: construir la turbina. Ese es el mensaje fundamental, que en realidad es antiliberal, porque el liberalismo no propicia los objetivos comunes sino las reglas comunes, cumpliendo las cuales cada uno persigue sus propios objetivos sin dañar al prójimo.

Cierto es que hay algunos mensajes pragmáticos, como la venta de las tierras a los americanos, unas tierras en las que nadie aspira a generar riqueza alguna, más allá de un pueril ecologismo. Y el final, que no desvelaré, apunta a las consecuencias no deseadas, pero potencialmente positivas del postcomunismo. El mercado puede dar sorpresas, que, aunque puedan parecer ridículas, como lo prueba el desenlace de la trama y el destino final de la turbina, que será, efectivamente, el último artefacto socialista, no son necesariamente desafortunadas. La bonita imagen final simboliza un nuevo mundo que va a nacer.

Pero la clave, insisto, es dar cobertura al socialismo, porque el objetivo común mejora la vida de la gente, se reconstruyen lazos afectivos, los delincuentes se arrepienten, se recuperan matrimonios, se superan tristezas que al comienzo resultaban irreparables; y al final, sí, al final hasta los móviles ya tienen cobertura.