Un truco del ‘trickle’

Si hay alguna opción sobre la fiscalidad que tiene realmente mala prensa es la de bajar los impuestos a los ricos. No detallaré las múltiples debilidades de una idea que en realidad está cargada de prejuicios ideológicos antiliberales y lejos de ser técnicamente impecable. Abordaré sólo una noción, bastante popular: la trickle down theory, es decir, la teoría según la cual bajar los impuestos a los ricos acaba beneficiando a los pobres.

Conviene recordar, como hace Thomas Sowell (Trickle Down Theory and Tax cuts for the rich, Hoover Institution Press, 2012, http://goo.gl/ygnCk), que ningún economista relevante ha defendido esta teoría del “goteo”, a pesar de lo cual los progresistas la atacan sistemáticamente y desde Roosevelt hasta Obama, o desde Smiley hasta Barbie, son legión los políticos antiliberales que justifican lo contrario; es decir, la necesidad de subirles los impuestos a los que más ganan. Los medios progresistas critican la teoría del goteo como si fuera realmente una teoría, y los Galbraith antes y los Stiglitz después siguen combatiendo una trickle down theory que nadie esgrime.

La conveniencia de reducir los tipos en los tramos más elevados de renta no es una recomendación avalada por esa teoría, ni es una idea exclusivamente liberal, puesto que la defendieron economistas intervencionistas, empezando nada menos que por Keynes, que sugirió en 1933 que una tributación elevada lleva a la autodestrucción: “La reducción de la presión fiscal puede ser mejor que un aumento de la misma para equilibrar el presupuesto”. Recomendaron esto presidentes demócratas como W. Wilson o J. F. Kennedy.

En los veinte, el secretario del Tesoro estadounidense, Andrew Mellon, apoyó las reducciones de tipos, pero no por la supuesta teoría del goteo, sino porque los tipos mayores empujaban a gente fuera del sistema, y asociaba los menores impuestos con más crecimiento y empleo, y no con ningún goteo impreciso hacia los pobres. En esos años, los menores impuestos dieron como resultado, efectivamente, más crecimiento e incluso más recaudación, al aumentar los incentivos a entrar en la economía regular, invertir y pagar impuestos.

En su estudio, Sowell observa que el dinero que las personas con más recursos destinan a invertir no les renta en primer lugar a ellas, sino a las personas que los reciben, como los trabajadores o los suministradores de bienes y servicios para los negocios en cuestión. Si esos negocios son finalmente rentables, entonces los que han invertido más, gracias a los menores impuestos, reciben el beneficio; un beneficio que recogen al final, no al principio. Y si esos impuestos menores no existen, tampoco existen las inversiones adicionales.

Recuerda Thomas Sowell la maravillosa frase de Schumpeter: “No luchamos a favor o en contra de personas o cosas reales, sino a favor o en contra de las caricaturas que de ellas hacemos”.