CLICHÉS ANTILIBERALES

La tierra para quien la trabaja

Esta consigna fue estandarte de las más importantes organizaciones enemigas de la libertad y de las dos instituciones sobre las que se sustenta: la propiedad privada y los contratos voluntarios. Cuando Emiliano Zapata gritó hace un siglo: “La tierra para quien la trabaja”, no hacía más que repetir lo que coreaban socialistas, comunistas, anarquistas, y otros movimientos e intelectuales antiliberales, tanto marxistas como no marxistas, incluyendo a destacados economistas como Henry George o Léon Walras. Cabe preguntarse por qué era así, y por qué ha dejado de serlo.

La tierra es un símbolo variado y remoto: la revolución neolítica giró en torno a su cultivo, y durante milenios su relevancia económica fue tan sobresaliente que no resulta extraño que la primera escuela de pensamiento económico, que fundó François Quesnay, la fisiocracia francesa del tercer tercio del siglo XVIII, la considerara el único factor de producción, la única causa genuina del valor y la riqueza. Su contemporáneo Adam Smith, que no llegó tan lejos, sí escribió que la agricultura era la más productiva de las actividades económicas.

A esta confusión, que asimila productivo con ponderación en el conjunto de la economía, se le unió otra confusión, también de antigua data, que separó la tierra de todo lo demás a la hora de justificar su propiedad privada. Se dijo que la tierra no podía ser apropiable porque no había sido producida por nadie, o porque Dios, al entregársela a Adán, lo había hecho a todos los seres humanos por igual. Un prócer del liberalismo como Locke llegó a sostener que la propiedad privada de la tierra sólo era legítima para un hombre siempre y cuando dejara para los demás “suficiente y al menos de la misma calidad”.

Liberales decimonónicos

En esta confusión cayeron los liberales decimonónicos, como nuestro Álvaro Flórez Estrada y tantos otros, que defendieron la libertad política y la económica al tiempo que atacaban la propiedad de la tierra y aplaudían la desamortización. Cuando los socialistas clamaron después por la reforma agraria, y la llevaron a la práctica con resultados catastróficos, se apoyaban en esa tradición.

Ahora, sin embargo, ni los comunistas proponen arrasar con esa propiedad. Y no es porque se hayan vuelto liberales. La razón no es doctrinal sino empírica: el peso económico del sector primario es hoy muy reducido. Sigue habiendo ataques a la propiedad de la tierra de modo más elíptico, como cuando se habla de “recursos naturales” o “seguridad alimentaria”, pero hoy el grueso de los políticos, en vez de expropiar la tierra, se dedican, haciendo realidad la frase hayekiana de “los socialistas de todos los partidos”, a expropiar el recurso que para los socialistas era el gran creador de riqueza. Precisamente, el trabajo. Nadie rechaza su expropiación, nadie proclama: el trabajo para quien lo trabaje…

Y la agricultura y la ganadería, antiquísimos objetos de tributación, hoy son en muchos lugares del mundo objetos de subsidio.