NO TODO ES LO QUE PARECE

Repite, que algo queda

En esta nueva serie agosteña me ocuparé de una veintena de clichés contrarios a las empresas y al marco institucional que les es propicio.

El poder de la repetición es muy conocido (ironiza sobre ello Carroll con el personaje del campanero en La caza del snark), como también lo es el poder de la repetición de lo malo. En efecto, todos conocen la famosa frase “calumnia, que algo queda”, de remoto origen latino, y que ha llegado hasta nosotros tras haber sido una y mil veces repicada. Pero ¿por qué esa sentencia es la célebre y no la contraria? ¿Por qué no decimos “elogia, que algo queda”?

No se trata, obviamente, de que sólo se corea lo malo. Después de todo, desde hace milenios venimos repitiendo los Diez Mandamientos. Se trata de que la verdad y la falsedad son asimétricas, porque la verdad puede ser asumida por las personas y mantenida sin necesidad de que nos la recuerden de manera incesante: no se necesita machacar continuamente con que matar está mal para que creamos que matar está mal. Se nos insiste, particularmente cuando somos niños o jóvenes, en el respeto a una serie de normas morales, acumuladas evolutivamente tras una extensa historia, para que esas normas queden grabadas en nuestra conciencia. Cuando somos personas maduras, se supone que las habremos internalizado y podremos, a nuestra vez, instruir con ellas a las nuevas generaciones.

Mentira y falsedad

Con la mentira y la falsedad pasa algo diferente: es menester que seamos bombardeados con ellas sin pausa, pero no solamente cuando somos pequeños (aunque entonces también: véase el denuedo con el que tantas autoridades controlan la educación) sino en todas las etapas de nuestra vida. Nadie es más consciente de ello que los mayores enemigos de la libertad, que se saben insostenibles sin propaganda. No es casual que la frase más famosa sobre este asunto sea: “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”. Y no es nada casual que esta frase, atribuida a Goebbels, sea en realidad de Lenin, a quien, tampoco por casualidad, el jerarca nazi admiraba.

El énfasis en los lugares comunes no es exclusivo de los regímenes más totalitarios y criminales. Todos los Estados, desde los más carnívoros hasta los más vegetarianos, revelan mediante sus actos a lo largo y ancho del planeta la enorme relevancia que asignan a los clichés, y a la idea de que el público debe ser ininterrumpidamente adoctrinado para que desconfíe de toda institución relacionada con la libertad y la responsabilidad individual. De ahí el recelo que despiertan las empresas, o la propiedad privada, o el comercio. Y de ahí también el que despierta la iniciativa individual, la enseñanza privada, la moral personal, la religión, las tradiciones.

Pero de ahí también la necesidad de resistir ante los embates del pensamiento único. Ahora, durante el mes de agosto, sin ir más lejos.