El Gobierno está al borde de echarnos la culpa porque nos quejamos de una economía que va como un cohete. Si alguna vez se culpa a sí mismo será para recurrir al clásico: “no comunicamos bien”.
Y si la espiral de descontento se traduce en un revés electoral del PSOE que lo expulse de la Moncloa, igual podrá radicalizarse aún más y sostener que lo que ha sucedido es que las políticas redistributivas deberían haber ido más lejos, es decir, si el socialismo fracasa es porque no ha sido suficientemente socialista y ha permitido la atrocidad, por ejemplo, de que las empresas obtengan beneficios. Eso puede mantener al PSOE durante mucho tiempo fuera del Gobierno, impidiendo la renovación que comportaría sustituir a Sánchez por un Tony Blair, o, con perdón, por un Felipe González.
La forma en que la izquierda podría evitar precipitarse a un cono de sombra sería salir a la calle, pero no para montar algaradas sino para preguntarle a cualquier mujer: “Y a usted, señora, ¿cómo le va?”.
Ese ejercicio lleva a la conclusión de que el mensaje económico del Gobierno, a saber, que tiene el mérito de los buenos resultados y no la culpa del rechazo ciudadano, resulta desdibujado.
Demos por buenas las cifras macro, que es mucho dar, y veamos la otra cara de la moneda. Allí figura una lista con estos puntos: inflación, impuestos, cesta de la compra, paro juvenil, un crecimiento no basado en la productividad sino en la mayor población (sobre todo inmigrante), y la vivienda. Y graves problemas de infraestructuras, del apagón a los trenes, y de la dana a los incendios.
Si a usted, señora, le va regular es por una combinación de algunos de estos puntos, o de todos.Y si prestamos un poco de atención, veremos que el Gobierno es responsable de buena parte de ellos, quizá de todos menos de la inflación, que depende del BCE, aunque pueda ser potenciada por errores locales.
Ante esta situación, el Gobierno lo fia todo al gasto público y la deuda, incluyendo el empujón de los fondos europeos. Es decir, no apuesta por las reformas que podrían aliviar los puntos mencionados. Y espera que lo aplaudamos.
No merece aplauso, sino crítica, porque su obesión de permanencia en el poder es ciertamente “a cualquier coste”, pero es un coste que pagan y pagarán los ciudadanos en términos de un menor bienestar económico, precisamente aquello de lo que las autoridades presumen, sin motivo.
Por fin, que no le falten al respeto a usted, señora, alegando que a usted le va mal por culpa de la “crispación política”, como si no hubiera existido antes y como si el Gobierno no la hubiese alimentado.