La filósofa catalana Isabel Rescat acorraló a Pauper Oikos en una esquina centropoide y le espetó:
—Cuando preguntemos a un europeo cuál es su filiación política, si es sincero responderá: “soy socialdemócrata…como todo el mundo”.
—Eso ya lo dijo Hayek en 1944 en la famosa dedicatoria de Camino de Servidumbre —respondió el reportero de Actualidad Económica—. Pero lo malo es que los políticamente correctos estáis felices con esa servidumbre.
—No es una servidumbre. Lo que os pasa a los liberales es que consideráis las leyes comunes como cortapisas mutiladoras de las libertades, y no como sus garantías.
—Claro, claro, y ahora me vas a decir que somos libres porque tenemos leyes, cuando sabes que es al revés: si no fuera así, entonces esa fantasía tuya de que las leyes son garantías de las libertades daría pie a cualquier dimensión del Estado, lo que claramente vulneraría esas libertades.
Isabel Rescat consideró el tema un momento y respondió:
—Soy plenamente consciente del peligro que representa el Estado democrático, a saber, instaurar con sus reglamentos una dependencia estrecha de aquellos cuya independencia pretende asegurar. Durante la historia moderna, perdura un combate —una dialéctica, se decía antes— entre las libertades sin control y el control antilibertario.
—Ay, ay, ay, las equidistancias —suspiró Pauper Oikos.
—Ay, ay, ay, los idealistas —sonrió la pensadora catalana—. Te guste o no te guste, el socioliberalismo no es de derechas ni de izquierdas: es la civilización. Por eso, todos lo comparten, y los políticos mejores defienden el sistema de sus peores amenazas: la corrupción que acaba con lo público, el colectivismo que aniquila lo privado, la intolerancia que no deja a cada cual inventarse a sí mismo dentro de la ley, las servidumbres étnicas que despedazan el Estado de todos en tribalismos incompatibles, etc. El gran adversario de la socialdemocracia no es quien la modula según las circunstancias históricas.
El reportero creyó ver una oportunidad y le preguntó qué papel cumple la propiedad en el socioliberalismo. Isabel respondió:
—Toda riqueza (económica, intelectual, emotiva…) es social. Nadie se enriquece en la isla de Robinson, por grandes que sean sus talentos, ni Mozart hubiera desarrollado su genio en una tribu de bosquimanos: por tanto toda riqueza implica una responsabilidad social, para que revierta en el conjunto de los socios el provecho que tiene su fundamento en la institución colectiva.
—¡Te pillé!
—Nada de eso, porque no es menos cierto que la autonomía individual es el origen de la innovación y creatividad. Por tanto el desarrollo de la individualidad debe ser fomentado, su originalidad respetada y su libertad garantizada legalmente.
Pauper Oikos comprendió que nada realmente liberal puede brotar de la dialéctica socialdemócrata, y por eso invitó a su amiga a cantar el famoso tango: Voltaire, con la frente marchita.