El jardín del progreso

Pauper Oikos oyó un lamento en el jardín del progreso:

—¿Quién se ocupa de los pobres?

Era su amiga, la malagueña progresista y salerosa Jorgelina Barceloneta, que lo inundó con cifras demoledoras:

—Según confirma Eurostat, un 28% de españoles (13 millones de personas) está hoy en riesgo de pobreza o exclusión social; son cinco puntos más que antes de la crisis; España es el tercer país de la UE donde esta tasa ha crecido más.

—Eso de que en España hay 13 millones de pobres indica cómo ha mejorado la estadística —ironizó el reportero de Actualidad Económica—. Todo confluye en que los socialistas de todos los partidos prosigáis con vuestra cantinela de que hay que aumentar el gasto público para ayudar a los pobres.

Pero fue entonces cuando le llegó el turno a Jorgelina de ponerse sarcástica, y replicó:

—Pues tendrás que incluir a los liberales entre los socialistas. El liberalismo vinculado a la Ilustración asentó la idea de que existen unos derechos políticos aplicables con independencia de la posición social de los individuos. Luego vinimos los socialdemócratas y acuñamos la idea de ciudadanía social, proponiendo, además de los derechos políticos, unos derechos sociales que deben garantizarse también a todos por igual: sanidad, educación, desempleo, pensiones, etc. Hemos superado la tradicional pugna entre libertad e igualdad: una verdadera libertad que permita a cada uno llevar adelante su proyecto de vida exige tener asegurado un acceso igualitario a un paquete universal de bienes y servicios que garanticen una vida digna.

A Pauper Oikos se le llenaron los ojos de lágrimas al responder:

—Nadie como vosotros sabe pulsar las cuerdas de la emoción. ¡Qué bonito es todo lo que dices! El único problema es que es un camelo, de principio a fin. Tú no puedes identificar las libertades clásicas con los derechos sociales, porque mi libertad de expresión o la propiedad de mi casa no interfieren con tu derecho a manifestar tus ideas o a comprarte una vivienda. En cambio, los derechos sociales por definición comportan la violación del derecho de propiedad de los ciudadanos.

—¿No crees en la renta mínima, y en que una sociedad justa debe definir un paquete básico de bienes y servicios públicos, iguales para todos? —preguntó la salerosa, incrédula.

—Lo que no creo es que sea gratis —respondió el reportero—. Ten cuidado con las espinas, este jardín está lleno de espinas: son los impuestos, que vosotros queréis descargar sobre el conjunto del pueblo. Y tampoco creo en que la ayuda a los pobres estribe en Estados enormes con impuestos tan gravosos que les impidan o dificulten el salir de la pobreza. ¿Por qué nunca pensáis realmente en que los pobres quieren y pueden salir ellos mismos de la pobreza? Cientos de millones lo han hecho en las últimas décadas, y no gracias al gasto público, precisamente.

Jorgelina Barceloneta y Pauper Oikos, con mucho cuidado de no pincharse con las espinas fiscales, se marcharon del jardín bailando la danza progresista por excelencia: el Rock & Rawls.