Inteligencia Artificial, y estupidez

Pauper Oikos se encontró con el profesor oxoniense Esperansso Claudio, gran experto en tecnología progre, que le advirtió:

—Uno de los mayores riesgos de la inteligencia artificial es que perpetúe los errores y prejuicios del pasado, camuflándolos bajo un barniz de objetividad. Cuando la inteligencia artificial de reclutamiento de Amazon discriminó a las mujeres, no fue porque los hombres fueran mejores candidatos para los trabajos disponibles, sino porque el algoritmo perpetuó un prejuicio sexista que estaba grabado en los datos del pasado.

—Si una empresa comete imbecilidades de ese tenor, será desplazada del mercado y desaparecerá. No es lo que ha pasado con Amazon.

—Es que la inteligencia artificial manifiesta más estupidez que inteligencia —insistió Esperansso Claudio—. Solo es capaz de rastrear correlaciones, lo que no necesariamente nos lleva a entender mejor las relaciones de causa y efecto. Recolectar más datos no garantiza que sean precisos, ni que estén actualizados y sean relevantes para cumplir nuestros objetivos, ni mucho menos que seamos capaces de poner esos datos al servicio de la justicia, la democracia, la igualdad y el bienestar.

            El reportero de Actualidad Económica se mantuvo un rato en silencio antes de contestar:

—Es obvio que correlación no significa causalidad necesariamente. Pero no es inútil, como la acumulación de datos tampoco lo es, aunque no sean precisos. Sospecho que los progres no aprobarán tu razonamiento si lo aplicas a los datos del cambio climático, por ejemplo. Me preocupa más lo que dices después, porque la evidencia empírica procura entender lo que pasa y contrastar hipótesis; no tiene servidumbres con respecto a la política.

—Te pongo un ejemplo —contraatacó el tecnólogo de Oxford—. Tendremos dispositivos capaces de recordarlo todo, pero las consecuencias de no poder olvidar pueden ser desastrosas. Aprender de la historia no es lo mismo que mantener un registro de cada infracción que cada persona comete. Lo segundo lleva a tener una sociedad implacable.

—Cuéntales eso a los izquierdistas que manipulan la Memoria Histórica…

—Los algoritmos no son ni seres sintientes ni agentes morales —prosiguió Esperansso Claudio sin hacerle caso—. Los algoritmos no pueden tener consciencia social. Es una trampa creer que la tecnología puede resolver por sí misma problemas que son fundamentalmente éticos y políticos. El reto más importante que tenemos por delante es uno de gobernanza. Si por cada euro que se invierte en inteligencia artificial se invirtiera otro euro en regulación y gobernanza, tendríamos más razones para ser optimistas sobre el futuro digital.

—Ahí le has dado —sentenció Pauper Oikos con una sonrisa—. Lo que os molesta de las nuevas tecnologías es que eluden la política: las grandes empresas tecnológicas no tienen que ver con el Estado. Más aún, lo desafían, porque multiplican la posibilidad de las inter-relaciones humanas libres. Por eso estáis preocupados, y no porque las máquinas no tengan conciencia social.

            Para seguir discutiendo sobre ello, ambos amigos se marcharon juntos a releer Frankenstein o el moderno Prometeo.