Todos contra la vaca

Pauper Oikos oyó un mugido lastimero. Era su amiga, la vaca Apis, otrora orgullosa símbolo de la fecundidad, y ahora acurrucada en la esquina de la corrección política, y fustigada por Laitue Chiante, la insoportable lechuga ecológica francesa, líder de LASH (Libertad Animal Servidumbre Humana), que proclamó:

—La carne es el nuevo tabaco, y tendrá su impuesto: Hay consenso en que es dañina para la sociedad. Cuando le hincamos el diente a un filete no pensamos en el proceso que lo ha llevado a nuestro plato. Y, quizás, si lo tuviéramos en mente comeríamos mucha menos carne. La ganadería produce más gases de efecto invernadero que todos los trenes, aviones y vehículos del mundo.

—Ahora va a resultar que tanto lío medioambiental y todo era culpa de nuestros pedos —concluyó Apis.

—La carne roja tiene además un importante impacto sobre la salud, en especial la de ternera —avisó Laitue Chiante con mala leche, perdonando la metáfora vacuna.

Pauper Oikos decidió intervenir:

—En este caso como en otros, la clave está en la exageración. Los burócratas de la OMS lanzaron una absurda campaña contra la carne, asociándola con el cáncer, nada menos, igual que antes habían querido prohibir el vino y el jamón. Que les den. De hecho, les dan, porque el consumo mundial de carne aumentó en más de un 500% en el último cuarto de siglo.

—Un impuesto a la carne ayudaría a aumentar el consumo de plantas, algo que sería positivo para nuestra salud y la del planeta —protestó la ecologista gala.

—Y expulsaría del mercado a los más pobres —replicó Pauper Oikos—. Lo ha dicho la FAO, que no es precisamente sospechosa de liberalismo. Es un impuesto regresivo.

—Un nuevo impuesto sobre la carne generaría dinero que podría gastarse en atención médica. Se compensaría el deterioro del planeta, se ahorrarían un billón de euros hasta 2050 y se salvarían al año medio millón de vidas al empujar a la gente a consumir más frutas y verduras. Por el bien de nuestra salud, del planeta y de los animales atrapados en inhumanas granjas y mataderos, esperemos que así sea.

—Está bien eso de “granjas inhumanas” —apuntó Apis, sarcástica.

—Los días del chuletón están contados. Si algo daña a la sociedad, necesita un impuesto —resumió la francesa.

—¡Los impuestos dañan a la sociedad! —clamaron al unísono vaca y reportero.

Laitue Chiante se marchó sin hacerles caso, y Pauper Oikos le comentó a su amiga:

—No sé qué decirte. Ese argumento de que basta con perseguirte para obtener un montón de ventajas es ridículo, pero puede calar entre la gente. En ese caso, tendrías un futuro complicado. ¿Por qué no abres una nueva línea de negocio?

—Tienes razón. Creo que montaré una empresa de alquiler de coches —respondió Apis con una sonrisa amarga.