Arias, Costas y el capitalismo

Este libro [X.C. Arias y A.Costas, La nueva piel del capitalismo] ha de ser saludado por su crítica al dogmatismo de los economistas y su petición de una economía más modesta y multidisciplinar. Y debe lamentarse que los catedráticos Arias y Costas no hayan seguido su propio consejo. Lejos de buscar nuevos horizontes y visiones más plurales, se aferran al pensamiento único, como ya habían hecho en su libro anterior, que también reseñamos en estas páginas de El Cultural.

Proclaman dramáticamente: “la era triunfal del fundamentalismo del mercado ha tocado a su fin”. Esta expresión no es nada inocente: un “fundamentalista” no es precisamente alguien recomendable, ¿verdad que no? La puso en circulación hace una década el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz para ilustrar que los males del mundo provenían de un liberalismo desbocado, y nuestros autores siguen esta fantasía puntualmente, cuando no tenía aval teórico ni empírico entonces, ni lo tiene ahora.

Dicen: “la propuesta de política económica mínima ocupaba casi todo el espacio ideológico-doctrinal antes de 2008”. No parece cierto. Declaran que hemos padecido un austericidio, “una política de consolidación fiscal a toda costa”, cuando lo normal han sido los déficits públicos; “recortes de los gastos sociales”, que no han disminuido de modo apreciable. Curiosamente, lamentan la obsesión por recortar gastos y déficits, y al mismo tiempo que la deuda haya explotado.

Afirman que la globalización ha socavado el “contrato social”, y denuncian “la desintegración de los valores colectivos y la exaltación extrema del individualismo”. Igual usted observa que esa exaltación encaja mal con cómo le han subido los impuestos a usted en esa supuesta orgía de liberalismo estaticida.

A esta notable deformación de la realidad la acompaña otra en el plano de las ideas, según la cual el “trasfondo ideológico predominante” ha sido la noción según la cual “el mecanismo de mercado se vale por sí solo”, y la teoría económica aseguraba antes de 2008 que los mercados eran perfectos, “la quimera del dios mercado”, porque los mercados “nunca se equivocan”. Después vino la crisis, por culpa de la “liberalización general de las finanzas”, y ahora se estudian por fin los fallos del mercado.

Nada de esto se corresponde con la realidad, como se verifica fácilmente leyendo los manuales de Economía, ninguno de los cuales ha dejado nunca de subrayar los fallos del mercado, y echando un vistazo a la política monetaria, que, al igual que los bancos centrales, ni desapareció ni fue objeto de ninguna “liberalización general”.

Los autores alegan no ser enemigos del mercado y el capitalismo, pero lo cierto es que se pasan todo el rato criticándolos. Advierten contra los déficits públicos “elevados”, los “desmesurados balances de los bancos centrales”, y dicen que “en determinadas circunstancias, políticas fiscales contractivas pueden efectivamente originar expansiones del producto”. Pero la conclusión es que quien depreda es fundamentalmente el capital, no el Estado, al que se diviniza en la línea de Mariana Mazzucato, cuyo libro revisamos también aquí hace un par de años.

La visión sesgada de la historia del pensamiento que presenta este libro se observa en sus distorsiones de Buchanan y su escuela, convertidos en simples valedores del mercado como “mejor solución”, lo que está lejos de ser cierto: lo que hace la public choice es brindar una nueva teoría económica sobre el Estado, para superar la edad de la inocencia y las ingenuidades que cultivan tantos economistas, como Arias y Costas, sin ir más lejos; nombran a Coase una vez, pero no a propósito de los fallos del mercado, que sería lo conveniente en un libro como este; y critican a Hayek diciendo que los mercados son “construcciones humanas”, como si el economista austriaco les hubiese atribuido carácter divino.

La corrección política permea el volumen, desde el énfasis en las virtudes del gasto público, pero no en sus costes, hasta la recomendación de no formular planteamientos duales “mercado o Estado”, pasando por el señalamiento de la malvada de Europa (“Alemania, un liderazgo indeseado y cicatero”). Se destaca también la preocupación por la “extrema desigualdad” y su choque con la democracia, cuando la desigualdad en el mundo ha caído en las últimas décadas, como ha señalado Branko Milanovic, y cada vez hay más democracia.