Los numerosos ejemplos históricos que desfilan ante el lector dejan un regusto equívoco: la insistencia en la importancia de las instituciones “inclusivas”, de respeto a la propiedad y la libertad, se va desdibujando y desemboca en una tesis bastante convencional: el Estado moderno, democrático y redistribuidor, es lo que conviene al crecimiento económico.
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