«Adonde conduce el socialismo». Liberalismo en Alemania (y II)

A pocos meses de celebrar (es un decir) el primer siglo del socialismo real, conviene celebrar (en serio) a quienes anticiparon su naturaleza miserable y criminal. Fue el caso del liberal alemán Eugen Richter (1838-1906), que en 1891 publicó una novela distópica titulada Adonde conduce el socialismo. Tuvo un gran éxito y hubo una edición española ya en 1896.

Con el subtítulo de Diario de un obrero, la novela ha sido calificada como la versión decimonónica de 1984 de George Orwell. Se trata de una serie de cartas que escribe un trabajador, partidario del socialismo, describiendo una Alemania donde por fin las ideas de izquierdas han triunfado.

Una vez derribadas las estatuas de los gobernantes anteriores, los nuevos dirigentes progresistas proceden a impagar las deudas, a expropiar todo y a emitir una nueva moneda.

Esta nueva moneda no tiene respaldo alguno, y es un dinero personal, no como antes, cuando había dinero en efectivo: el objetivo es que el Estado tenga un control absoluto sobre cómo gasta la gente.

La educación es protagonizada por el Estado, que realiza planes nacionales con la idea de tener unos programas educativos comunes para toda la población. A los niños se les inculcan los valores socialistas, como el progreso, la igualdad y la justicia social.

Se restringe la movilidad de los trabajadores, con el objetivo de organizar la economía de una manera racional, sin la arbitrariedad y la falta de lógica del mercado libre. También se procura que la gente vista de la misma manera, y que el número de habitantes sea limitado por las autoridades.

Los periódicos son suprimidos, y sustituidos por el diario oficial del partido socialista: Adelante.

Hay una gran preocupación por la salud y por la comida sana, que es vigilada por los dirigentes, que procuran evitar la competencia dañina y lograr la cooperación de toda la gente en la gran empresa común. Se combate contra la familia y la Iglesia, consideradas instituciones reaccionarias. La idea permanentemente pregonada es que la persona individual no significa nada: todos deben someterse a la colectividad.

El obrero que relata con entusiasmo estos supuestos “logros” del socialismo, va comprendiendo también sus consecuencias negativas, a pesar de que la élite al mando intenta evitar toda información que le perjudique. Pero se va sabiendo, por ejemplo, que los miembros del partido viven con un gran lujo, que contrasta con la miseria creciente de las grandes mayorías.

Mientras se extiende la corrupción y la inseguridad, aumenta la represión policial y la militarización del conjunto de la sociedad. El trabajador se desencanta finalmente del socialismo, pero ya es tarde: la dictadura se ha impuesto, faltan alimentos, se produce un exilio masivo, mientras que las autoridades se enfrentan entre sí y se afanan en buscar culpables en el exterior, y en emprender campañas contra los países vecinos.

Y todo esto fue imaginado y escrito en 1891. Eugen Richter: ¡olé!