Anti-Malthus

La idea más antigua a propósito de los recursos es que están limitados. El pensador más influyente a este respecto fue el inglés Thomas Robert Malthus, cuya importancia es tan sobresaliente que se ha convertido en un adjetivo reconocido en el DRAE. Solo otro economista ha sido tan influyente como para ingresar también en el Diccionario como adjetivo: Karl Marx. Resulta sugerente que ambos hayan estado tan clamorosamente equivocados.

Este año ha aparecido en español un libro excelente en contra de la proposición fundamental de Malthus, a saber, que el crecimiento de la población presiona tanto sobre los recursos escasos que estamos abocados a una catástrofe si no frenamos la explosión demográfica. Este dislate –que en su tiempo solo refutó un economista clásico: Nassau W. Senior– ha sobrevivido hasta nuestros días. Por eso es recomendable leer: Marian L. Tupy y Gale L. Pooley, Superabundancia, Deusto.

Los autores se apoyan en el economista Julian Simon, que, también prácticamente en solitario, desmintió los pronósticos lúgubres, argumentando que los recursos no están limitados, porque no lo está la mente humana, capaz de crearlos. Solía ironizar frente a los sombríos, comentando que resultaba curioso que la gente pensara que el mundo es más rico cuando nace un ternero, pero es más pobre cuando nace un niño.

Con abundantes datos estadísticos, Tupy y Pooley contrastan una medida de precio-tiempo: “la cantidad de tiempo que una persona tiene que trabajar para ganar suficiente dinero con el que comprar algo”. Su conclusión es justo la contraria de la que predican los profetas del apocalipsis: “la humanidad estaría experimentando un proceso de superabundancia, es decir, una situación en la que el grado de abundancia aumenta a un ritmo más rápido que la población”.

Para colmo de la incorrección política, estos economistas sostienen que el progreso registrado por la humanidad dependió de la creación humana debida a la libertad y a la innovación de los empresarios. Por lo tanto, las múltiples variantes del anticapitalismo, al revés de lo que ellas mismas pregonan, son reaccionarias, y no progresistas.

Desmontan las vacas sagradas del pensamiento único y a los medios de comunicación que “han propiciado el aumento de la ansiedad ecológica al repetir de forma acrítica las afirmaciones más escandalosas de los agoreros”.

Y dichos agoreros, desde Malthus hasta los más solemnes ecocalípticos de hogaño, que nos aleccionan y alarman desde las tribunas supuestamente más serias, y que excomulgan a los críticos acusándolos de “negacionistas”, funcionan siempre igual. Siempre anuncian catástrofes debidas a la libertad humana. Y siempre se equivocan. Pero, al mismo tiempo, siempre aseguran que los críticos como Tupy y Pooley están al servicio del asqueroso capitalismo. Cansinos.