Mentes brillantes han caído en la falacia de los recursos limitados. Borges recuerda a un economista célebre: “John Stuart Mill, a principios del siglo XIX, temió que se agotara algún día el número de combinaciones musicales y no hubiera lugar en el porvenir para indefinidos Webers y Mozarts”, Obras Completas, Buenos Aires: Emecé, 1974, pág. 747.
Pedro Schwartz, mi maestro y amigo, me aclaró el origen de la lúgubre predicción de Mill. Está en el temprano borrador de su Autobiografía, que, corregida por el propio autor y Harriet Taylor, finalmente fue excluida de la edición príncipe de 1873.
Lo que el pensador inglés confesaba en esas líneas, publicadas mucho después de su muerte, era que en su período de depresión juvenil “me atormentó gravemente la idea de la restricción de las combinaciones musicales. Los cinco tonos y dos semitonos de la octava sólo pueden mezclarse de unas maneras definidas, y de ellas solo una pequeña proporción son hermosas; la mayoría seguramente ya habían sido compuestas y no habría posibilidad de una prolongada sucesión de Mozarts y Webers que atinaran como ellos a descubrir nuevas y sobresalientemente ricas venas de la belleza musical” –J.S.Mill, Autobiography and Literary Essays, Collected Works, Vol. I, Toronto: University of Toronto Press, 1981, pág. 148.
Borges reprochó a Mill y otros autores porque “exageran una propensión que es común: hacer de la metafísica, y de las artes, una suerte de juego combinatorio”. Centrándose en la escritura, añadió: “Si la literatura no fuera más que un álgebra verbal, cualquiera podría producir cualquier libro, a fuerza de ensayar variaciones”, op. cit. pág. 748. En una línea parecida razonó el economista Gale Pooley, coautor del libro Superabundancia, que comenté en este rincón de Expansión: “Anti-Malthus”, disponible aquí: https://bit.ly/40aFm4y.
Si los recursos son finitos, y el piano tiene solo 88 teclas, la música que puede brotar de un piano es limitada. Pero Pooley, hablando de teclas, pulsa la correcta, y es que ningún piano produce canciones: “El planeta contiene un número definido de átomos, que no son recursos hasta que el pensamiento, la creatividad y la innovación de las personas los crean. Transformamos átomos en recursos cuando les añadimos conocimiento, y como no hay fronteras a la sabiduría no descubierta los recursos de la humanidad son efectivamente infinitos. Las teclas son átomos y las canciones son el conocimiento que les confiere valor. Sin canciones, las teclas son solo objetos. Son para las canciones como la tabla de los elementos es para la humanidad: los combinamos para crear recursos sin límite”.
Por cierto, todo esto tiene que ver con la gran posibilidad económica, no para nuestros nietos, como auguró Keynes, sino para todos nuestros descendientes. Es la inacabable posibilidad económica de la libertad.