Clichés antiliberales: 20 – Para hacer una tortilla…

Hay que romper los huevos. Es muy sabido. Lo interesante, e inquietante, del caso es que se aplica esta idea a la política, donde está lejísimos de ser válida.

Los sacrificios y la política

La política, así, se aprovecha de una noción sensata y fértil, la noción de sacrificio para el logro de un fin. En un mundo de escasez, todos somos conscientes de que el escoger una alternativa comporta per se abandonar otras que podríamos haber escogido. Los economistas utilizamos esa misma idea cuando hablamos de coste de oportunidad. Y además, por supuesto, todo insumo se pierde en el producto, y la cuna de nuestra hija requirió cortar un árbol, etc.

Podríamos seguir indefinidamente dándole vueltas a la noción reflejada en esa frase, o en otras parecidas como “quien algo quiere algo le cuesta”, pero siempre llegaríamos a esta conclusión: hay un elemento de pérdida, de sacrificio, de coste directo o de coste de oportunidad, que asumimos porque pensamos que el resultado de dicha pérdida es, para nosotros y las personas con las que negociamos e intercambiamos, más valioso que haber conservado los recursos iniciales, incluido el tiempo, o haberlos asignado a conseguir otro resultado.

De Robespierre en adelante

Y sin embargo, la máxima “On ne peut pas faire d’omelette sans casser des oeufs” es habitualmente atribuida a Robespierre, uno de los personajes más siniestros de la Revolución Francesa –véase un análisis a propósito de su rehabilitación por la izquierda en Panfletos Liberales III, LID, 2013, págs. 161-164. Y el sanguinario Robespierre no pronunció la célebre locución en un sentido ni remotamente parecido al analizado hasta aquí: la dijo para justificar los crímenes terribles que perpetraron los revolucionarios durante El Terror, crímenes de los que fue singular responsable desde el Comité de Salvación Pública; como se ve, esto de salvar a la Patria con la sangre ajena es bastante antiguo, como lo es también la justificación de dictaduras y asesinatos sobre la base de que resultan tan indispensables como excepcionales.

Ahora bien, desde Robespierre hasta los nazis y los comunistas, pasando por los  mandatarios intervencionistas más moderados y centropoides, el discurso es parecido: el político causa daño para conseguir un bien superior. ¿O acaso no es evidente que para hacer una tortilla hay que romper los huevos?

La trampa está servida, y consiste en identificar los plausibles sacrificios que realizamos las personas libres con los que nos imponen por la fuerza los gobernantes. No son lo mismo, empero, porque el escamoteo de la libertad priva al sacrificio de todo mérito, y lo deja descarnado tal cual es: un acto de opresión. Alguien dijo que gobernar es seleccionar damnificados. Por ejemplo, recortar bienes y libertades para “luchar contra la desigualdad”. Pero gobernar no es eso necesariamente; es verdad que lo hacen todos los gobernantes, pero confiemos en que no sea la única forma posible de gobernar, confiemos en que algunos políticos tengan la modestia de reconocer que los huevos, maldita sea, no son suyos.

(Artículo publicado en Expansión.)