El Papa y la economía

La exhortación apostólica Dilexi te del Santo Padre León XIV sobre el amor hacia los pobres es un documento relevante en lo esencial, que es la religión, y en varios aspectos acorde con el liberalismo, a pesar de que Pedro Sánchez lo citó como si fuera un texto prácticamente socialista. No es la primera vez que engaña, corta y pega. Sánchez, digo.

Se trata de un texto religioso, como dice el padre Gustavo Irrazábal, del Instituto Acton de Argentina: “fundamentalmente teológico, cristológico y espiritual, un llamado a conectar la fe en Cristo y la solicitud por los pobres en la vida concreta de cada creyente”.  El Papa habla de “la fuerte conexión que existe entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres”, “los pobres para los cristianos no son una categoría sociológica, sino la misma carne de Cristo”.

Aunque habla de política, y con algunos planteamientos discutibles, la exhortación defiende sobre todo a la Iglesia, con numerosas referencias a la extraordinaria labor que siempre ha desarrollado el cristianismo en la atención a los pobres, y en el cuidado de su salud y su educación.

Cabe señalar asimismo el llamado del pontífice a la responsabilidad libre e individual, celebrando la caridad y la limosna, aunque resulte algo “despreciado o ridiculizado, como si se tratase de la fijación de algunos y no del núcleo incandescente de la misión eclesial”.

Cuando aborda propiamente la economía puede parecer antiliberal, pero no lo es. Por ejemplo, rechaza “la acumulación de la riqueza y del éxito social a toda costa, que se ha de conseguir también en detrimento de los demás”. El liberalismo nunca ha defendido “la economía que mata” ni la riqueza a toda costa, y explícitamente ha condenado la que se obtiene fuera del mercado, porque fuera de él uno puede mejorar en detrimento de los demás. También el liberalismo coincide con León XIV al impugnar utopías como que “el mercado resuelve todo”, o que debe gozar de “autonomía absoluta” el “imperio del dinero” sin respetar la dignidad humana.

No parece acertar Su Santidad al afirmar que vivimos en “un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos”, pero es muy correcto su llamamiento a “remover las causas sociales y estructurales de la pobreza”, para que los pobres puedan dejar de serlo y “mejorar verdaderamente su vida… ofreciendo su esfuerzo personal”.

Y, aunque resulta ingenuo hablar de “los Estados, encargados de velar por el bien común”, o confiar en las Naciones Unidas para acabar con la pobreza o proteger el medio ambiente, sí es verdad que los políticos podrían ayudar muchísimo quitando trabas a la creación de riqueza y empleo, sumándose así al “compromiso en favor de los pobres”.