“La nueva Utopía”

El escritor inglés Jerome K. Jerome (1859-1927) publicó The New Utopia en 1891 (versión en inglés aquí: http://goo.gl/qUXLZR). Es una anticipación del socialismo y del Estado invasor, donde prevalece el ideal de la igualdad, no hay propiedad privada, y el poder nos cuida, literalmente, from the cradle to the coffin.

En la Utopía que describe Jerome no hay riqueza ni distinciones sociales. La gente va toda vestida igual, con pantalones grises, y todos llevan el pelo negro, cortado igual sin distinción de sexos. Las personas no tienen nombres, porque los nombres fomentan la desigualdad, sino números, que lucen en collares: los pares para las mujeres, los impares para los hombres.

No hay casas individuales sino barracones en edificios. Ahí viven 1.000 personas en diez dormitorios de cien camas cada uno; los hombres viven en una parte de la ciudad, las mujeres en otra. Nadie puede lavarse por su cuenta: el Estado lava a todo el mundo un par de veces por día. No hay tiendas, ni bares, ni jardines; toda la tierra está cultivada en huertos; la belleza del campo ha sido abolida: “interfería en nuestra igualdad”. También fue abolido el teatro, y quemaron los libros de Shakespeare y otros: “estaban repletos de las nociones antiguas y equivocadas de los malos, antiguos y perversos tiempos, cuando los hombres eran solamente esclavos y bestias de carga”. Las pinturas, esculturas y obras de arte fueron consideradas ofensivas y desigualitarias, y por ello destruidas.

Un objetivo crucial de la sociedad utópica es acabar con la familia: “lo mires por donde lo mires, la familia se posicionaba como nuestro enemigo”. La familia es por esencia opuesta al socialismo igualitario, por lo que representa de afecto y responsabilidad individual para cuidar a un grupo pequeño en vez de a la humanidad entera, que, nos aseguran, es nuestra verdadera obligación.

No hay matrimonios: el Estado organiza que un número determinado de mujeres se queden embarazadas cada año, conforme a la población que se necesita. En el momento que nacen, los niños son separados de sus madres, para que no los quieran, y educados por el Estado hasta que sean adultos y el Estado les ordene qué van a hacer.

La igualdad debe ser total. Así, a las personas excepcionalmente altas o fuertes se les amputa un brazo o una pierna, “para hacer que las cosas queden más equilibradas”. Si son sumamente inteligentes, se les opera el cerebro, reblandeciéndolo.

Esa sociedad terrorífica es democrática, todo lo decide la mayoría, porque “una mayoría no puede hacer algo mal” y “una minoría no tiene derechos”. Se emplea la máxima benthamiana: the greatest happiness of the greatest number.

En esa sociedad, “ahora somos socialistas; vivimos juntos en fraternidad e igualdad”. Naturalmente, no existe el maltrato animal, el vegetarianismo es obligatorio, y hay coches eléctricos por todas partes.