Parnaso sobre ruedas

Gracias a Begoña Gómez de la Fuente, querida amiga y compañera de Onda Cero desde hace muchos años, pude leer La librería ambulante en Editorial Periférica —el título original es Parnassus on Wheels—, primera novela que el periodista y escritor estadounidense Christopher Morley publicó en 1917.

Es la encantadora historia de Helen McGill, una mujer soltera de 39 años, que vive en una granja con su hermano Andrew, un ex hombre de negocios que decide mudarse al campo y después ser escritor. Es exitoso en esta última labor, lo que le lleva a descuidar la granja.

Y entonces aparece Roger Mifflin, extraño personaje que viaja a bordo de un carromato repleto de libros usados, que va vendiendo por todo el país.

En parte porque teme que su hermano lo compre y se fugue, y en parte porque desea vivir una aventura propia, Helen utiliza sus ahorros para adquirir el carromato —que Mifflin ha bautizado como Parnaso— y allá que se va a vivir aventuras por esos caminos de Dios.

La historia, absolutamente deliciosa, se convirtió en un clásico de la literatura norteamericana, y es fácil comprenderlo, porque es inteligente, sensible y con gran sentido del humor.

Además, resultará atractiva para cualquier persona interesada en la economía y los negocios, porque lo que estamos viendo, desde el principio hasta el fin, es una empresa. Y, además, rentable, porque Roger ha aprendido, y le va a enseñar a Helen, la clave de lo que es una empresa, a saber, satisfacer las necesidades genuinas de los clientes. Esto no es fácil, y en su caso, por añadidura, debe sobreponerse a una dificultad adicional, porque antes de que él llegara, ha recorrido la comarca un vendedor de libros de oraciones fúnebres, con lo que sus potenciales clientes, lógicamente, no quieren comprar ni un libro más en su vida.

También aprende él, y le enseña a ella, una importante lección empresarial: no todos los clientes son iguales, y es importante conocerlos para intuir qué se les puede vender y qué no.

Otro asunto económico enjundioso es la política de precios, porque Roger vende los libros al precio que a él le parece más conveniente en cada caso, violando la norma del precio fijo que ya entonces regía en Estados Unidos. Dice: “Me escriben cartas sobre la política de los precios fijos y yo les respondo hablándoles de mi política del mérito fijo”. El asunto atrajo la atención del principal economista del mundo en esos tiempos: véase “Alfred Marshall y el precio fijo de los libros”, aquí: https://bit.ly/2mn11Ed.

Poco después de ganar el Premio Nobel de Literatura, dijo Eugene O’Neill: “Cuando tengo ganas de sonreír un poco, para que sean más ligeras las tardes, leo las primeras novelas de Morley”. Saludable costumbre, sin duda.